Quince días que Sacudieron al País
La estupidez oficial ha pretendido que 27 pesos de aumento en las tarifas de un comedor escolar fueron las causas generadoras de los episodios, que desde el 13 de mayo tienen en vilo al país, desencadenaron el paro más grande de su historia, dejaron tras de sí 25 muertos, más de un centenar de heridos, mil doscientos presos, obligaron a las fuerzas de represión a usar bazukas y morteros contra el pueblo y llevaron a la dictadura al borde de su caída definitiva. Los 27 pesos existieron efectivamente y los estudiantes chaqueños y correntinos se alzaron contra la medida que además era una estafa. Imaginar que esa fue la única, o aún la principal causa del alzamiento en que fueron acompañados por trescientos cincuenta profesores equivale a suponer que los universitarios del Nordeste ignoran todas las miserias que pesan sobre una de las regiones más castigadas del país; que son insensibles a ellas y que están dispuestos a soportar eternamente el arribo de paracaidistas ignaros y prepotentes como el rector Walker. Si el rector Walker, el ministro Borda, el presidente Onganía se hubieran tomado la molestia de leer un folleto titulado: “El Nordeste Argentino, Evaluación de su Situación Económica y Social” editado precisamente por la Universidad quizá habrían formulado hipótesis menos descabelladas. Es inútil buscar en sus treinta páginas propaganda “subversiva” en el sentido oficial. Sólo hay números.
Pero las estadísticas son subversivas a su modo, cuando reflejan una realidad subversiva. Veamos algunas.
*En Corrientes el dos y medio por ciento de los establecimientos rurales ocupan el sesenta por ciento de las tierras.
*Formosa: la tasa de legitimidad por cada mil nacimientos vivos asciende al 64 por mil.
*En el Departamento Vera (Santa Fe) el “crecimiento” migratorio entre 1947 y 1970 arroja una disminución, es decir un éxodo, del 41 por ciento.
*Otra vez en Formosa, hay un solo establecimiento industrial con más de cien obreros (en Capital, 678).
*En Misiones, 18 propietarios son dueños del treinta por ciento de las plantaciones. *En el Chaco, la crisis del tanino y del algodón producen los efectos devastadores de una guerra. La “chispa” que se encendió en la Universidad del Nordeste, corrió por todo el país.
La explicación que entonces dieron esos genios de la sociología que se llaman Friechknecht y Borda, Lanusse y Sánchez Lahoz, habló de “extremistas”. Uno podría tratar de explicarles que si el país estalla, es precisamente porque no los aguanta más a ellos, los verdaderos responsables de las calamidades. Pero es inútil. Nunca entenderán nada. Nos limitaremos, pues, a reseñar, día por día, los acontecimientos que provocaron.
Día 12 de mayo de 1969
Ante la decisión de las autoridades universitarias del Nordeste de aumentar los precios de los tickets en el comedor estudiantil, previamente entregado a un concesionario particular, se realiza un paro total en las facultades de Resistencia: Ingeniería, Arquitectura, Humanidades y Económicas. Los centros respectivos dan un comunicado conjunto donde afirman que las autoridades universitarias “pretenden reproducir la Universidad oligárquica de 1910 o 1930”. Ante las primeras señales de violencia policial, alertan al pueblo “que tienen sobre sí y sus hijos no un organismo de orden y seguridad, sino de sangrientos represores”. Exigen la renuncia del rector Walker y los decanos. En Corrientes, los estudiantes organizan, un comedor estudiantil en el local de la CGT de los Argentinos.
Día 13
La asamblea de los estudiantes de Resistencia, en el salón de actos de la Universidad, es interrumpida por la policía, que –reseña el diario “Norte”– irrumpió en el local arrojando gases lacrimógenos para obligar a los estudiantes a evacuar el local y desatar sobre ellos una violentísima represión, que incluyó desde los insultos más soeces a las jóvenes alumnas hasta el garroteo indiscriminado de hombres indefensos que eran rodeados por grupos de cuatro y cinco policías…”. A medida que los estudiantes iban saliendo, eran golpeados indiscriminadamente con los clásicos garrotes y “teyuruguay”… También dirigían insultos, especialmente a los asambleístas en fuga y a las alumnas, a quienes decían: “Van a ver, guachas”; “ahora les vamos a dar, hijas de p…”. Numerosos detenidos, cinco incomunicados. Para la Universidad Tecnológica. Los estudiantes ocupan el comedor.
Día 14
Las autoridades decretan asueto. Olla estudiantil en la Catedral de Resistencia. “Unánime repudio ante el incalificable ensa- ñamiento”, titula el diario “Norte”. Protestan el Consejo Profesional de Abogados y Procuradores, el curso de profesores de Humanidades y la Federación de Comisiones Vecinales, entre decenas de instituciones. El jefe de policía cordobés, coronel Gerardo Seidel, cerca con sus tropas el Córdoba Sport Club, donde 3000 trabajadores de SMATA realizaban una reunión gremial. A las 16.30 horas decretan un paro de 48 horas y se empiezan a retirar pacíficamente pero la policía carga contra ellos. Fueron los primeros 200 cartuchos de gases lacrimógenos que tiraron: por supuesto, no los últimos. Los trabajadores se reagruparon varias veces, haciendo actos relámpago y logrando desorientar a la policía, que a medida que pasaban las horas tenían que vérselas con más manifestantes. Al caer la noche, el dirigente Juan Viñazca fue internado con otros cuatro trabajadores heridos de bala. La policía, logró detener a 20 personas pero sufrió bajas mayores: 10 policías internados, 7 patrulleros y un ómnibus quedaron inutilizados. Así lo reconoció el ministro de Gobierno de la provincia, Luis Martínez Golleti, que ordenó el acuartelamiento policial. Había intereses que defender: el Centro Comercial e Industrial de Córdoba había expresado “su más enérgico repudio a los hechos vandálicos acaecidos en la fecha en detrimento de la propiedad privada de la que son parte afectada sus integrantes”. En adelante, los manifestantes sabrían quiénes estaban en contra. La CGT de los Argentinos también emitió, un comunicado, “a la opinión pública en general y a los trabajadores en particular, para instarles ahora más que nunca a la lucha frontal en contra de los usurpadores del poder”.
Día 15
A mediodia, la policía correntina asesina al estudiante Juan José Cabral. Seguimos el relato del diario “Norte”. La policía cargó a sable desenvainado “y disparando las pistolas 45 y bombas lacrimógenas, destrozando el brazo a un estudiante y la cabeza a otro, y rematando todo ello con el ametrallamiento a mansalva, disparando las Pam al bulto, manejadas por criminales vestidos de civil, pero que no pertenecen al hampa, sino a la oficialidad de la policía correntina”. El valiente matutino que publicó esta crónica superó ese día todos los records de tirada, con 22.000 ejemplares. “El asesinado –prosigue ‘Norte’– alcanzó a dar unos pasos antes de caer muerto por la herida que le interesó el corazón, dejando un rastro de su sangre joven sobre los mosaicos de la plaza Sargento Cabral, que seguramente los historiadores futuros llamarán plaza de la Vergüenza de la Policía de Corrientes”. Además de Cabral, hay ocho heridos de bala, veinte de sable, dos por granadas lacrimógenas, cuarenta contusos. Inmensa indignación. Trescientos cincuenta profesores piden la renuncia del rector Walker. Paro total del foro en Resistencia. Repudio de la Cámara de Comercio.
Día 16
Marcha del silencio en Corrientes. Ciudad paralizada. Una multitud de diez cuadras acompaña los restos de Cabral en Paso de los Libres. Renuncian profesores de la Escuela de Policía. Imponentes manifestaciones de protesta de todos los sectores, en ambas provincias. Centenares de declaraciones de repudio de sindicatos, sacerdotes, organizaciones estudiantiles, profesionales. El Nordeste se pronuncia en masa contra la dictadura.
Día 17
En La Plata, doscientos estudiantes hicieron un acto relámpago en la esquina de 7 y 50. El jefe de policía de la provincia, Eduardo Nava, logró dispersarlos, pero tuvo que destacar todos sus efectivos, a lo largo de la ciudad para impedir nuevos actos. En Tucumán fue más bravo. Los alumnos de las Facultades de Derecho y Ciencias Sociales corrieron por todo el barrio a la policía, que en el camino iba pegándole a los transeúntes desprevenidos. Los estudiantes, mientras tanto, se cubrían la retirada. Tras de ellos dejaban autos y tachos de basura cruzados en la calle. Una táctica efectiva: los “guardianes del orden” sólo se llevaron detenido a Humberto Rodríguez, pero lo soltaron dos horas después. Según parece, para llegar a tiempo al acto que se hizo frente al diario “La Gaceta” donde interrumpieron el tránsito durante 15 minutos sin que interviniera la policía, que vigilaba celosamente todo lugar donde no hubiera manifestantes. Mientras tanto, en Córdoba el rector Nores Martínez cerraba con candado las puertas de la Universidad “como una sana medida para evitar disturbios”. Fue inútil. A mediados de la tarde la policía tuvo que extremar las precauciones para evitar las sublevaciones que ella misma estaba provocando y que estallaría pocos días después.
En la Facultad de Filosofía, sus alumnos realizaron una asamblea donde repudiaron el asesinato de Cabral. No sabían que en ese mismo momento, en Rosario, era muerto otro estudiante. A la salida, hicieron un acto relámpago, pero la Policía logró detener a 13: Silvia Vacre, Cristina Trabuco, Horacio Sinaí, Horacio Heiter, Ignacio Lavalle, Jorge Valle, Jorge Jarovlavsky, Miguel Echegoyen, Carlos Lapata, Rubén Bermey, Julio Estévez Illescas. En solidaridad con los compañeros detenidos y sus objetivos de lucha, ese día 2.500 alumnos de la Facultad no se presentaron a dar examen. A esta altura, la rebelión corría por todo el país. En Santa Fe los alumnos de la Universidad del Litoral realizaban asambleas y actos relámpago por toda la ciudad. En Rosario eran suspendidas las clases ante el temor oficial de que los estudiantes y pobladores expresaran su repudio y se aprestaba a toda la policía. Al atardecer, en Rosario, estudiantes y trabajadores se lanzaron a la calle. Los impulsaba el repudio al asesinato de Cabral en Corrientes, pero también la lucha por las banderas que había levantado el estudiante muerto.
Pronto, la policía cobraría otra víctima. Comenzó con la represión a un acto de protesta igual a los tantos otros que se habían sucedido en todo el país en los días anteriores. Con carros neptuno, pistolas lanzagases, palos largos y pistolas en ristre, se lanzan a dispersarlos. Un grupo de estudiantes –5 muchachos y chicas—- buscan refugio en la galería, en el edificio Melipal. Según uno de ellos, las cosas sucedieron así: “Entraron con pistolas y garrotes, parecían enloquecidos. Nosotros no teníamos ninguna posibilidad de defensa, pero nos empezaron a pegar igual. Uno de ellos –luego se sabría que era el oficial de la Seccional 3ª JUAN AGUSTIN LESCANO– disparó a quemarropa a la cabeza de Bello. Cuando cayó, quisimos auxiliarlo, pero la policía no nos dejó: lo vimos desangrarse durante 4 o 5 minutos. Tal vez lo hubiéramos podido salvar, pero cuando llegamos al hospital ya era tarde”. Para desgracia de la policía, un periodista excepcional, Jorge Marrone, estuvo a pocos metros de la camilla donde agonizaba Bello, en el Hospital Central de Rosario. Esta es su nota publicada en la revista ASI el 27 de mayo: “El sábado 17, a las tres de la tarde, más de trescientos estudiantes comentaban muy por lo bajo los sucesos ocurridos dos horas antes. Era apenas un murmullo. Pero no era miedo. Era tristeza. Respeto por el compañero que ahí en el quirófano del Hospital Central estaba viviendo sus últimas horas. Ellos, como todos, sabían que iba a morir. Que una bala que entra por la frente y sale por la nuca es mortal.
“La manzana delimitada por las calles Moreno, Rioja, San Luis y Balcarce estaba rodeada por los policías. “Uno de los estudiantes alzó sus manos y propuso: “–Vamos, sentémonos y sin decir palabra demostremos que nuestro silencio es el mejor repudio a tan infame agresión. “Pero no hicieron a tiempo. Cuando iban a cumplir el pedido, la guardia de caballería comenzó a avanzar sobre ellos. Atrás, cubriendo el avance, marchaba la infantería de policía. “Entonces el murmullo, ese respetuoso hablar por lo bajo, se transformó en un grito constante y desesperado: “¡Asesinos, asesinos, asesinos! “Iban retrocediendo, pero la acusación era cada vez más firme, más angustiosa.
”¡Mátennos! ¡Mátennos a todos!, clamó irónicamente una chica.
“Hasta ese momento la Policía parecía cautelosa y escuchaba inmutable. Lo que no podré saber jamás es cuál fue el momento del desborde.
Atacó la montada y la infantería empezó a repartir garrotazos. Después, un carro hidratante complementó la tarea. Los estudiantes, muchachos y chicas, buscaban refugio en cualquier parte y los vecinos de la zona les abrían las puertas para protegerlos.
”Por supuesto, media hora después reinaba tranquilidad. ”A las cuatro de la tarde, una mujer temblorosa que apenas podía caminar, ponía la nota más dramática y conmovedora.
”…¡Qué le han hecho a mi hijo! ¡Qué le han hecho! ¡Dónde está el asesino!
”La señora, María de Bello no encontraba consuelo, sólo una fuerte dosis de sedantes alcanzó a mitigar un poco su desesperación. Recostada en una camilla, seguía sollozando. Muy cerca de esa sala, en el quirófano del hospital, un equipo de médicos trataba de salvarle la vida a su hijo.
”A las 17.30 los especialistas hacían las últimas consultas. La operación estaba terminada. Una distracción de la guardia me permitió acercarme al lugar. Desde unos cinco metros, distancia que lenta y disimuladamente fui acortando, pude ver el impresionante cuadro.
”Adolfo Bello, tendido en la camilla, apenas movía el labio superior –cubierto por un fino e incipiente bigote– y un apenas perceptible gemido inundaba la habitación, que después interrumpió uno de los cirujanos que había participado de la operación:
”Mirá –le comentó a un colega– es brutal: a este chico le han tirado desde un metro de distancia,o menos, porque si hubiera sido de más lejos la bala no hubiera producido orificio de salida como en este caso. ”Después, otra vez silencio.
”Una enfermera, arrastró una camilla. Vamos a llevarlo al segundo piso, ordenaron. Esta vez, la confusión, el ir y venir desesperado de los médicos, practicantes y enfermeras no permitieron seguir observando, ahora en el segundo piso, el proceso de la delicada intervención. Al salir de la habitación ubicada a pocos metros del ascensor, un médico le comentó a otro que recién llegaba: Entró en estado comatoso. ”Siguieron transcurriendo los minutos. Lentos, agobiantes, angustiosos. Pensé que ese muchacho esa misma mañana habría estado estudiando o charlando, con sus amigos. Y ahora, una bala le estaba quitando la vida. Se muere, dijo un médico. Hacele masajes.
”Dos manos ágiles trabajaron sin descanso durante varios minutos. ”Otra vez está tomando color. ”Los otros no podían hacer otra cosa que mirar. Y miraban impotentes. Exactamente a las 19.05 Adolfo Bello respiró un poco más profundamente.
La cabeza, totalmente cubierta por vendas, apenas se inclinó hacia la izquierda.
”Todos se miraron entre sí. Bajé las escaleras corriendo. ”Y sentí frío.”
La carga de caballería que presenció Marrone antes de entrar al hospital no fue obra de la casualidad, sino del subjefe de la policía rosarina, Andrés Peira. Su llegada fue recibida con silbidos y abucheos, algo que este individuo no pudo soportar.
¡Den con todo!, ordenó, pero tuvo que soportar algunas sorpresas. Los estudiantes retrocedieron, sí, pero les dieron bastante que hacer. Uno de ellos, por ejemplo, mantuvo a raya a dos policías a trompada limpia como 5 minutos, dando tiempo al resto para procurarse piedras. La indignación popular no tuvo límites. Una muchacha, después de ser golpeada, le dijo al pesquisa: “Ahora vaya, cuéntele a su mujer la hombrada que hizo”. Tampoco se salvaron los periodistas:
Callate la boca, le gritaron a uno, que si no a voz también te vamos a arreglar. Un camarógrafo, de televisión vio en peligro su vida. Mientras le apuntaban con un fusil, le dijeron: Si no te vas en seguida el próximo tiro va a ser para vos. Unas mujeres reunidas en una esquina, revelaron la causa de la histeria policial:
Estos del Comando Radioeléctrico ya no saben qué hacer. Están locos de miedo. ¿Por qué no se cuidarán entre ellos? Así, no se repite lo que hicieron en el Saladillo, donde un oficial y un agente de policía maltrataron a una menor que iba con su novio…
Mientras tanto, los estudiantes se habían reagrupado, y baldosa en mano, hicieron retroceder a la policía. En el hospital, el secretario de Asistencia Social y Salud Pública, doctor Armando Cartonati, se enteraba de la muerte de Bello, y deslindó responsabilidades con celeridad: “Yo no tengo nada que ver con la represión. Es una barbaridad”. La Policía no perdió tiempo. Le dejó el campo a los estudiantes y se dedicó a ejercer otra de sus habilidades: fabricar pruebas. Aunque primero las destruyeron. Con un balde y un cepillo, trataron de borrar las manchas de sangre que había dejado Bello al desangrarse en el piso de la galería. Al día siguiente, las inventarían.
De “La Razón”, 18 de mayo, página 4: “Alrededor de las 12, cinco agentes con uniforme de fajina penetraron en la galería donde cayó herido de muerte el estudiante Adolfo Bello, y uno de ellos, con un objeto cortante, practicó una perforación en el marco de una puerta, de poco más de un centímetro de diámetro y uno y medio de profundidad. El hecho fue observado por un cronista de “La Razón”. Los policías actuaron con cautela, cuidando de no ser observados. La perforación fue practicada a escasos metros de donde cayó el estudiante”. El posterior parte policial resultaría,
por lo tanto, sólo una mentira más. No lo dice sólo CGT, sino el diario “La Prensa”, el 19 de mayo. “Se suma también a esta crítica el hecho de considerarse falsas declaraciones que se hacen en el comunicado dado a conocer por la Jefatura de Policía”.
Dia 18
La excusa del oficialismo fue sensacional. “Ante el clima anormal que se advierte en los claustros” las autoridades universitarias del Nordeste decidieron suspender por tiempo indefinido las clases.
En Rosario, por 3 días; La Plata, sólo 24 horas. En verdad, esta medida estaba tomada no por una cuestión de clima, sino para tratar de evitar, de alguna manera, que el estudiantado nacional, les enrostrara sus crímenes, les exigiera la libertad que le habían negado tantos años. Y la medida era acorde al clima de agitación que había en cada lugar. El insospechable Colegio de Abogados de Rosario se preocupó de definir la actuación policial. Parte de su declaración: “Que ambos episodios (la muerte de Cabral y Bello) contribuyen a conformar una tendencia notablemente peligrosa, en cuanto pareciera orientada al logro de un orden basado en la represión y no en el marco de seguridad que brinda el derecho”.
En Cuyo, los estudiantes universitarios hicieron una “Marcha del silencio” en adhesión a la lucha estudiantil y obrera y en repudio a la muerte de sus dos compañeros. Esta vez la policía no se animó a tocarlos. Tampoco los tocaron en Corrientes, donde una centena de estudiantes hizo un acto en pleno centro de la ciudad. Es que el ministro de Gobierno y Justicia correntino, Carlos Adolfo Soto, reveló que el día de la muerte de Cabral la policía tenía orden de salir con las armas descargadas.
La presión popular crecía por momentos. En Paso de los Libres, en Resistencia, Paraná, Bahía Blanca y Córdoba se realizaban actos de repudio.
En Córdoba, la CGT denunció que los muertos hasta el momento eran 5: Cabral, Avalos, Heredia, Bello y Rodríguez, y que otros 20 habían sido baleados, pero la dificultad de comunicación existente hasta el momento impidió al periódico de la CGT de los Argentinos verificar esa versión, recogida por un vespertino.
En Tucumán, antes de iniciarse un concierto en el Teatro San Martín, los estudiantes hicieron caer una lluvia de panfletos repudiando las muertes, y un orador público anónimo explicó al público las razones de la violencia oficial. Luego, pidió un minuto de silencio, y todo el público lo cumplió, de pie.
Día 20
Por supuesto, el ministro Borda, en uno de sus últimos discursos radiales, deploró profundamente las muertes. No aclaró que eran necesarias para la estabilidad del gobierno; que “todo lo que altere la vida de las aulas será inexorablemente reprimido”. Toda una promesa. En ese momento, su policía estaba impidiendo a palazos y gases una marcha del silencio que encabezaba Ongaro en la Facultad de Ciencias Económicas porteña. Ya lo habían hecho en Tucumán, donde cargaron contra una manifestación de 500 personas con vehículos policiales. Una vana ilusión policial. Tuvieron que dejar los coches y retroceder rápidamente. En el camino lograron detener a un solo estudiante, Humberto Rodríguez. Su derrota la vengaron con él: se lo llevaron a palazos y patadas por el medio de la calle. El jefe de la tropa, comisario inspector Roque Rubén Rodríguez, tenía que justificarse de alguna manera ante sus superiores. Entrada la noche, los estudiantes se dirigieron a la Casa de Gobierno, donde improvisaron trincheras para apedrear a la policía con mayor comodidad. Entonces arreciaron los gases, pero con tan mala puntería que obligó a las confiterías cercanas a cerrar: casi todas las bombas se metieron por sus ventanas. El saldo fue de 5 estudiantes heridos, a cambio de 4 coches policiales destrozados y dos policías internados. La guerra estaba desatada. La consigna estudiantil era: luchar, a cualquier precio. Pero mientras Borda hablaba y hablaba portoda la red nacional de radiodifusión, en Córdoba y Uriburu, en la Capital Federal, a sólo 14 cuadras de donde estaba el ministro del Interior, una brigada de gases cargó sin motivo aparente contra los estudiantes que estaban a la puerta de su Facultad. Según un testigo, “los que resbalaban en la corrida veían pasar por encima de sus cabezas los proyectiles de gas”. Es que las pistolas lanzagases tienen un alcance mayor a los 50 metros. Es explicable entonces por qué murieron pocos días después, dos estudiantes en Córdoba a raíz de un impacto de esos.
También en Rosario, donde a las 10.30 de la mañana unas 400 personas esta vez entre obreros y estudiantes se reunieron en el Palacio de Tribunales y realizaron no un acto relámpago, sino un mitin “por los mártires de la dictadura: Pampillón, Cabral y Bello por sus banderas de lucha”. La población no fue ajena. Ante el busto a la madre, manos anónimas pusieron flores y un cartel que acusaba más que preguntar: ¿Por qué matan a nuestros hijos? El piso de la galería donde habían asesinado a Bello amaneció cubierto de flores. Al mediodía, alguien dejó una leyenda:
“Estudiante Bello, perdón por no haberte salvado”.
Sobre la pared, al lado del agujero practicado por la policía, con la finalidad de falsear la prueba balística, había un leyenda escrita, que decía con tiza: “Esta es la mentira”. Los objetivos de la lucha eran claros; a esta altura de las circunstancias no había otra acción que la lucha, y la policía lo sabía. Por eso, trataba de intervenir lo menos posible; probablemente tuvieran miedo. Los estudiantes y los obreros, mientras tanto, iban integrando, haciendo cada vez más compacto, un frente común. Por ejemplo. En el local de la CGT de Rosario empezó a funcionar una olla popular para los estudiantes. Tal vez el ejemplo más claro de esta situación haya sido dado por la policía santafesina. A las 18.30, una gran cantidad de público asistió a una misa en memoria de los caídos en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Al finalizar, los asistentes hicieron una manifestación, recorriendo la calle San Martín en dirección a la plaza de Mayo al tiempo que gritaban estribillos contra la policía. Una vez allí, improvisaron tribunas desde las cuales varios estudiantes recriminaron enérgicamente la violencia policial, tanto en Corrientes como en Rosario.Luego, hicieron estallar algunos petardos y bombas de estruendo. Los manifestantes regresaron en bloque al punto de partida, la iglesia, y allí se disolvieron. La policía brilló por su ausencia. Al anochecer, comenzaron los atentados. Bombas de estruendo en terminales de ómnibus, teatros y cines. No hubo ningún detenido.
Mientras tanto, en Buenos Aires, las huestes de Mario Fonseca empezaron a rodear lentamente la Facultad de Derecho a partir de las 19 horas. Es que en su interior, una mayoría del alumnado estaba de asamblea. “Basta de centro –dijo un orador–, unámonos todos, pues es ahora que debemos enfrentar a un enemigo común”. Algo que no pudieron soportar las fuerzas de la represión. A las 21.30 horas intentaron desalojar a los estudiantes, pero éstos empezaron a cantar estribillos y resistirse. Se produjeron corridas gritos, gases y pedrea. Muchas piedras. Tantas, que la policía tuvo que retirarse. Una prueba tangible de su derrota, es el texto del parte policial de los hechos. Allí se consigna que “no hubo detenidos y no se tiene conocimiento de que haya habido lesionados”. Claro, si los agentes que iban a la cabeza de la retirada no tuvieron tiempo ni de dar la cara para mirar a dos policías que corrían agarrándosela cabeza.
Al mismo tiempo, en Mendoza se realizaba una reunión muy demostrativa de la calidad del cuerpo docente impuesto por este gobierno a las Universidades de todo el país.El rector interino de la Universidad cuyana, Leiva Hita, consideró la situación en una cena con el gobernador de la provincia. De lo resuelto –no adoptar medidas especiales, dada la firmeza estudiantil– informó el jefe de la División Seguridad de la policía local. Mientras tanto, los estudiantes convocaron a toda la ciudad a un paro ese día, y su éxito fue rotundo. “A esta altura de las circunstancias, la rebelión
obrero-estudiantil, es imparable”, sentenció un asesor de Borda en un diálogo con él. En una rara excepción, el oficialismo esgrimía la verdad.
Córdoba y Mendoza se unían indefectiblemente a la agitación estudiantil. De nada valía ya el “llamado a la reflexión” que hizo apresuradamente. Ya no quedaba nada sobre lo que se pudiera reflexionar. Los tres años de presunta paz del mandato de Onganía se iban, en forma inexorable, al diablo.
Día 21
El 21 de mayo apuntó, desde el amanecer, como un día bravo. Nadie –ni policías ni estudiantes– ignoraban que se desarrollaría otra jornada de lucha; mas los primeros tuvieron que comenzar con su triste trabajo desde temprano.
A poco de salir el sol, personal de la comisaría 8ª de Rosario tuvo que treparse al mástil de la Plaza Buratovich. Es que en su extremo pendía una bandera argentina con un crespón negro donde se leía: “Por los mártires de la dictadura, Pampillón, Cabral y Bello”. Una verdad que el gobierno no era capaz de soportar. Por supuesto, tuvieron mucho más trabajo después. A las 11 un acto relámpago en Tribunales, luego el anuncio de una marcha para el día siguiente. A lo largo del día, manifestaciones, panfletos, todo a lo largo de la ciudad. No fue la única policía ocupada. En Santa Fe, Corrientes, Córdoba, La Plata, San Juan, Bahía Blanca, el enfrentamiento con las fuerzas del orden no conocía pausa. Una técnica adecuada. Cansarlos, obligar a sus autoridades al acuartelamiento, desorientarlos con actos pequeños pero efectivos. Tan exitosa fue la estrategia obrero-estudiantil que poco después los diferentes cuerpos policiales ya no servirían “ni para avisar quién viene”. La precisa definición pertenece al inefable Mario Fonseca, jefe de la también inefable Policía Federal, en su diálogo con Onganía en el anochecer del 21. Tan rotunda afirmación puede ofrecer dudas. Sin embargo, fue relatada a un miembro de la CGT por un funcionarlo de la residencia de Olivos, quien la escuchó personalmente.
No carecía de razón. En Córdoba, la tropa policial fue incapaz de parar la ira estudiantil, pese a disparar una cantidad increíble de bombas: 350. Como era de esperar, no proporcionaron datos de los disparos efectuados, de los cuales los estudiantes se salvaron por haber tenido la suerte de estar a más de cinco metros de los asesinos a sueldo de la policía. Como es sabido, no son capaces de pegarle ni a un barril más allá de esa distancia.
Por otra parte, La Razón recogió, en su edición del 21, un párrafo significativo, en relación a la policía cordobesa. “Dentro de la repartición policial el personal no se preocupa ya de ocultar el tremendo descontento que lo embarga, debido a los escasos emolumentos que perciben, cosa que como lo anunciáramos días atrás, amenazó y, amenaza, según pareciera, ya que de esto se guarda lógica y estricta reserva, provocar un paro de los efectivos de la repartición”.
Todas éstas, y pocas otras, fueron las razones que obligaron días después a la violenta intervención del III cuerpo de ejército.
Día 22
Esta vez el escenario de la lucha se volcó con toda intensidad habida en Rosario, Corrientes, Córdoba, otros lugares, donde, si bien se habían producido actos y manifestaciones, no habían sido de la intensidad de los nombrados. En Capital Federal, cada una de las facultades hizo sus propios actos, de acuerdo a la táctica esgrimida en los días anteriores de dividir a la policía. Luego, el afiebrado Borda diría que “hubieron grupos de instigadores, terroristas” y otras cosas. No hubo tal. Simplemente, el fruto espontáneo de una larga lucha por los derechos,antes y durante la consabida “paz” de Onganía.
Ciencias Económicas, Medicina, Filosofía, Derecho, Exactas, Ingeniería, Farmacia. Los actos se sucedían uno tras otro. Aún los estudiantes secundarios participaron en esa lucha. También en la Universidad del Salvador sus alumnos detuvieron el tráfico en la avenida Callao, y la represión policial sobre los no experimentados estudiantes alcanzó también las espaldas de un cura, el padre Luzzi. El padre Quiles se salvó de casualidad.
En La Plata creció la rebelión; comenzó en Salta; empezó a tomar caracteres cada vez más agudos en Tucumán. Se reprodujeron en Santa Fe y Resistencia, tomaron mayor intensidad en la ciudad de Mendoza. Y nuevamente en Rosario hubo que lamentar muertes. Según testigos, la policía ya estaba desesperada; los estudiantes habían desbordado sus fuerzas en forma definitiva.Varios fueron derribados del caballo, el comisario de la seccional 341, Adolfo Bagli, tuvo que refugiarse en un local de la esquina de Córdoba y Entre Ríos, la propia jefatura de policía rosarina permaneció a oscuras por miedo a inexistentes francotiradores. Lograron disolver una manifestación, pero las restantes no fueron capaces ni de contarlas. La policía estaba simplemente, escondida. La ira alcanzó, sin embargo, para que lograran meterle una bala en la espalda –a pesar de su armamento, dar la cara, les daba miedo– al obrero Luis Norberto Blanco, de 15 años de edad.
A partir de ese momento, la policía rosarina sería sustituida por alguien peor, si así puede llamarse. El general Roberto Fonseca, uno de los pocos leales a Onganía, declaró a Rosario “zona de emergencia” un virtual estado de sitio. A partir de ese momento, los periodistas allegados a la Casa Rosada, en Capital Federal, empezaron a hacer circular una versión: Blanco había sido muerto ex profeso. La finalidad perseguida fue la demostración práctica de poder, pues los leales a
Onganía debían demostrarle al golpista Lanusse que éste estaba respaldado por un ejército. Formado a medias, entre policías y soldados, pero ejército al fin.
En todo caso, las tropas también salieron a la calle en Salta, pero por diferentes motivos. Los manifestantes irrumpieron en el aristocrático club 20 de Febrero, justo a la hora de la cena y en momentos en que comenzaba un banquete. Y eso el coronel Guillermo Isidro de la Vega no podía permitir. La exclusividad de la oligarquía estaba en peligro. Pero sus defensores comenzaron a contar las primeras víctimas. En Rosario yacía el sargento de la Guardia de Caballería Miguel Fernández, según el parte policial, moribundo. Vagamente, se refería también a “heridos graves de las fuerzas policiales”. No se supo si murieron. En todo caso, desde los aeropuertos de El Palomar y Aeropuerto partían hacia el interior aviones militares llevando cargamento de balas, bombas de gas y refuerzos de hombres. Toda la policía del país ya no era capaz de parar a los manifestantes.
Por otra parte, la rebelión alcanzó las propias filas oficiales, esta vez adentro. Cuando Fonseca declara Zona de Emergencia a Rosario, nombra a un tribunal militar, presidido por el teniente coronel Ledesma. Este pide ser relevado de su cargo, pues según dijo: “en mis funciones no entra el juzgar a personas honestas”. Fonseca le respondió: “Usted, teniente coronel, tiene dos caminos. 0 preside el tribunal militar o se pega un tiro”. El teniente coronel se debate ahora entre la vida y la muerte en un hospital militar, con una bala en la cabeza.
Día 23
Un centenar de detenidos en Salta, la situación casi fuera de control policial en Tucumán, dos facultades ocupadas en Mendoza, agitaciones en la Capital Federal, La Plata, Bahía Blanca. La ferocidad policial, a esta altura de los acontecimientos, no tenía límites. Tampoco la indignación popular. Ya no eran estudiantes y obreros; se les habían sumado madres, empleados. Las declaraciones en apoyo a las movilizaciones se sucedían unas a otras. Excepto el reducido círculo de los implicados en el gobierno, el país estaba en lucha. Ahora cuando la policía lograba detenciones, eran también profesionales, empleados, amas de casa. Ya no estaba cuestionado el ocupante del sillón presidencial sino todo el régimen de violencia. Por primera vez en 15 años, se estaba perdiendo el respeto al poder instituido. Se iba en busca de la dignidad nacional.
Día 24
También los paros parciales se sucedían en todo el país. En la Universidad del Sur, por tiempo indeterminado; paro general por 24 horas en Santa Fe; la CGT de los Argentinos decretaba paro en todo el país para el 30. En Córdoba, las columnas de protesta eran cada vez más numerosas.
Si al principio habían sido unos cientos ahoraeran miles, 5 días después, serían 40.000 personas en una sola columna. Al mismo tiempo, la violencia policial cobraba ribetes inusitados. Ya los agentes no se animaban a caminar por las calles, ahora pasaban con el jeep. Si lograban asir a alguien, lo arrastraban desde el coche la distancia necesaria para ponerse fuera del alcance de los manifestantes. A veces, esta distancia eran 150 metros, y el capturado iba dando tumbos sobre el asfalto. La CGT de los Argentinos hizo su llamado para un enfrentamiento frontal con las
fuerzas del régimen.A su lado, estaban la inmensa mayoría de los gremios del país, pero también la inmensa mayoría del pueblo.
Y, si ya estaba en la calle en Rosario y Salta, ahora lo sacaron en Tucumán. Y pusieron en práctica una vieja arma, los consejos de guerra. Hombre capturado sería en adelante hombre muerto en vida.
Día 25
La fecha patria dio a las diversas policías, un relativo respiro. En Rosario no ocurrieron incidentes, pero para ello fue necesario que el ejército patrullara las calles intensamente. Un disloque compensado por Corrientes, Santa Fe, San Luis, donde renacieron los actos relámpagos, los enfrentamientos, las pedreas, los coches policiales incendiados.
En Tucumán donde también hubo actos relámpagos, la policía tuvo una noche de asueto. Fueron todos a la función de gala del teatro San Martín. Pero no a ver la obra (Romeo y Julieta, de William Shakespeare) sino a cuidar a “las altas autoridades nacionales” de cualquier manifestación sorpresiva. Se equivocaron, pues los manifestantes no hicieron nada de teatro. Incendiaron un coche patrullero con toda tranquilidad, a 12 cuadras del San Martín. En la jefatura, la policía se insubordinó. El clero empezó a tomar cartas decididas en el conflicto. La lista de curas, obispos y sacerdotes que se pronunciaron y actuaron al lado de manifestantes es casi interminable.
Día 26
Corrientes se puso al día. Es que la policía se había envalentonado con eso de que tuvieron un par de días de respiro y osó prohibir un acto en homenaje a Cabral. Los resultados de esta medida se vieron a partir del mediodía, cuando estaba toda la zona céntrica celosamente vigilada, pequeños grupos, de no más de 10 personas, empezaron a jaquear a la policía, que casi agotó su carga de gas, inútilmente por supuesto.
En San Juan y en Mendoza también hubieron ataques con tintes históricos de la policía, pero la jornada estuvo signada por otra novedad. A todo lo largo del país empezaron a estallar petardos, bombas, botellas de nafta. Los atentados se sucedían uno tras otro. En Córdoba, la policía se lanzó inútilmente tras un misterioso coche celeste que ametrallaba las casas de los decanos, de la Facultad y miembros del gabinete del gobernador Avellaneda.
El diario “Times”, de Londres, mientras tanto, se refirió a “La brutalidad de la policía”. Y es realmente insospechable de subversión.
Día 27
Tucumán se estaba convirtiendo en el mayor foco de la rebelión. Durante la noche, se realizó la manifestación más grande que se haya hecho nunca en la zona. También, en la que con mayor energía actuó la policía: “No hay nada como estar todos juntos para pegarnos a todos al mismo tiempo”, se quejó luego un dirigente estudiantil.
No tenían motivo de queja, pese a todo, ganaron la batalla.
Después de una misa oficiada en la Iglesia San Gerardo, por la juventud universitaria, católica en homenaje a los caídos, se organizó una marcha del silencio, en dirección a la plaza. Iba presidida por varios sacerdotes, pero pudieron caminar poco. De los bastonazos a diestra y siniestra no se salvaron ni los periodistas ni los curas.
Tanto se descontroló la policía que no tuvo inconvenientes en meterse en la propia Escuela de Aeronáutica, donde se educan algunos de sus futuros aliados y sacarlos a bastonazos y bombas de gas. Aproximadamente una docena de los futuros guerreros, tuvieron que ser internados con principio de asfixia. En su histeria la policía se la agarró con el propio subdirector de la escuela, teniente (R) Rubén Farías a quien arrastraron, como si fuera un ciudadano, agarrado de la solapa y desde un jeep hasta la comisaría. Desgraciadamente, los gases también inundaron la Casa Cuna
y los bebés tuvieron que ser llevados con urgencia al hospital, muchos de ellos con principio de asfixia. Esa noche, la Unión Industrial declaraba: “parecería ser que algunos sectores de la comunidad no percibiera lo que ocurre en el mundo: una lucha fría para socavar las raíces democráticas de los de occidente, entre los cuales nos contamos”.
Día 28
Al día siguiente las protestas, las manifestaciones en Tucumán siguieron. Sólo se apaciguarían a la madrugada del 29. Tuvo un saldo doloroso: 40 heridos y lesionados, más de 100 detenidos.
La policía no conoció tregua; San Miguel de Tucumán estaba convertido en un polvorín. Tanto tenían que estar defendiendo la Casa de Gobierno, que de todas formas no cuenta con un vidrio sano, como intentando bajar un estudiante de la cúpula de la catedral, donde agitaba una bandera argentina. Bombas y barricadas era la contestación a las balas y gases. El gobierno provincial, por su parte, pidió ayuda desesperadamente a la Capital, declaró “asueto” en los establecimientos de enseñanza.
Todo resulta inútil. Sólo la intervención del ejército, que principalmente acalló una sorda inquietud de rebelión que agitaba a la policía tucumana, logró dominar y apenas la situación. No era sólo en Tucumán. En Rosario, luego de un cambio de jefes de policía trataba de evitar todo disturbio recomendando a sus fuerzas un sano consejo. No interferir en las manifestaciones.La Universidad del Litoral fue ocupada; en La Plata se produjo una gran manifestación. Borda acusó a la subversión, los rectores se movieron de un lado a otro tratando de no tener que renunciar,
diferentes grupos y sacerdotes dieron declaraciones y acordaron medidas de lucha. Según consignó “La Prensa”: “En esferas allegadas al gobierno” había existido honda preocupación y temor ante nuevos “disturbios”. Fue, por lo tanto, otra jornada de lucha.
Día 29
Exactamente a las 11 de la mañana, comenzó el paro general en Córdoba. Los trabajadores, al ir abandonando sus lugares de tareas, iban engrosando dos gruesas columnas que se dirigían hacia el centro. Una procedente de la fábrica IKA, la otra de Luz y Fuerza; en el camino, se les iban sumando estudiantes, empleados, mujeres.
Al llegar, eran 40.000 personas, según los cálculos policiales. Se adueñaron de la ciudad. Fueron dueños de lo que era de ellos. Los detalles son motivo de las anécdotas según parte de la historia junto con los 14 días anteriores. Tal vez la base de nuevas jornadas. Fue necesario el III cuerpo de ejército, en pleno, para lograr recuperarle la ciudad al gobierno. No acabó todavía el tiroteo en Córdoba. Las cifras oficiales dan 14 muertos; alguien tan insospechable como el diario alemán, da 50. Se dice que hay 500 detenidos, pero no hay certeza, porque esas informaciones son un secreto de estado. No acabó el tiroteo en Córdoba. Ni en Tucumán, ni en Rosario, ni en la Capital Federal. Durante 2 semanas se sacudió el país es cierto. Pero todavía quedan muchos para mantear. 0 hacer otra cosa, en fin.
Día 30
La unidad se consiguió en la calle
Es preciso retroceder diez años para encontrar un paro nacional de la magnitud del que sacudió al país el 30 de mayo; medio siglo para rastrear una lucha callejera del pueblo desafiando sin miedo los fusiles, llorando sin lágrimas los caídos. Otros paralelos son inhallables en la historia del país: obreros y estudiantes unidos en las barricadas, en la cárcel y en la muerte; niños apedreando las fuerzas de ocupación.
"El nivel de conciencia manifiesto en esta legítima sublevación popular, el heroísmo a torrentes, la certeza de la victoria final, pusieron en estas jornadas el sello de los grandes cambios históricos. Porque hemos predicado la resistencia contra una dictadura innoble y rapaz, porque hemos sostenido que no hay justicia dentro del sistema, asumimos estos hechos, sus consecuencias y su continuidad.
Los hombres y mujeres que se han lanzado a las calles en todas las ciudades del país, los que cayeron bajo el plomo asesino, los que son juzgados por tribunales militares, sabían que luchaban contra el hambre y la explotación impuesta por el monopolio extranjero, contra la podredumbre de un régimen y la ineptitud de un gobierno. A ellos no tenemos nada que explicarles; al contrario son ellos los conductores naturales del proceso que no ha de concluir hasta que el último invasor sea expulsado de la patria.
A los hombres de uniforme, que han gatillado contra sus hermanos, nosotros no tenemos mensajes especiales que dirigir, ni pedidos de clemencia que formular ante jueces que no reconocemos, ni favores que pedir ni devolver. Lo que cuadre a la dignidad ya está escrito en el programa del 1º de Mayo:
“Nadie les ha dicho que deben ser los guardianes de una clase, los verdugos de la otra, el sostén de un gobierno que nadie quiere, los consentidores de la penetración extranjera”.
Tampoco tenemos nada que decir a los apaciguadores que lamentan los vidrios rotos y no lamentan los veinte mil niños que mueren anualmente en el país sin necesidad; que sollozan ante un automóvil quemado y no se les mueve un pelo frente al pueblo condenado al éxodo y la limosna; que se estremecen por los gritos de la calle, pero no escuchan los gritos de los calabozos.
A nuestros hermanos queremos dirigirnos. A los compañeros estudiantes que pelearon y cayeron en Corrientes, Resistencia, Rosario, Córdoba, Tucumán y Salta y los que aguardan su hora en el resto del país; sin ánimo de rozar su personalidad, menoscabar su tradición, inmiscuirnos en sus organizaciones, queremos recordarles lo que también es válido para las nuestras:
Solamente en la lucha, con las bases y con el programa de liberación nacional puede darse la unidad; y donde los dirigentes no sepan ponerse de acuerdo para combatir, otros los reemplazarán, porque, ésa es la ley del proceso que vivimos juntos y en el que esperamos juntos.
A los militantes de las organizaciones revolucionarias, los activistas de los movimientos políticos, los intelectuales y profesionales, sin interferir en sus ideas, respetando las leyes propias que rigen sus acciones, postergando incluso la réplica a las críticas que hayamos merecido o recibido sin merecerlas, nos atrevemos a señalarles:
Dentro de las masas populares y no fuera de ellas, junto a las organizaciones de trabajadores y no, a la distancia, en los actos más que en las proposiciones, realizarán los objetivos que tenemos en común.
A los religiosos de todas las creencias nuestro mejor homenaje es poder repetir sin modificaciones lo que estampamos en el programa del 1º de Mayo:
“Sólo palabras de gratitud tenemos para los más humildes entre ustedes, los que han hecho suyas las palabras evangélicas, los que saben que el mundo exige el reconocimiento de la dignidad humana en toda su plenitud, la igualdad social de todas las clases.
“Pero es sobre todo a los compañeros trabajadores de todas las organizaciones, de todos los sectores, de todo el país, que queremos hacer llegar nuestro parecer en momentos que son de triunfo para todos. Pero no de triunfo definitivo; de esperanza, pero también de incertidumbre; de grandes claridades y grandes confusiones.
La CGT de los Argentinos ha dicho desde su origen mismo que desea la unidad de los trabajadores, que la considera una aspiración histórica y una necesidad práctica, y que no hay sacrificios ni renunciamientos que sus dirigentes no estén dispuestos a realizar para conseguirla.
Pero, al mismo tiempo, ha señalado las condiciones irreversibles de esa unidad: En la lucha, con las bases, con el programa, por la liberación nacional sin delincuentes y sin traidores.
Cuando esas condiciones se cumplan, como se han cumplido en Rosario y Córdoba, cuando la unión quede sellada con la sangre de los mecánicos asesinados, con la condena del compañero Elpidio Torres y el compañero Agustín Tosco, cuando las diferencias se disuelven en la auténtica solidaridad de la clase obrera, la CGT de los Argentinos no se opone a la unidad: la promueve; no critica la unidad: le rinde su homenaje; no retacea la unidad: la alza como bandera propia. Pero esa buena voluntad no se extiende, no puede extenderse a los que han huido en mitad de la represión, los que viajan a Ginebra en representación de la dictadura, los que visitaron a Onganía en los momentos cruciales en que sus compañeros eran asesinados, los que publicaron solicitadas rechazando el paro del 30. Esos son traidores, sin atenuantes.
Existen otros dirigentes de los que nos separan divergencias profundas, pero que no han incurrido esta vez en actos de ese tipo. Una prudencia elemental, el recuerdo de pasadas frustraciones, engaños y acomodos, exige que no nos apresuremos a concertar alrededor de una mesa, o firmar sobre un papel, lo que no está definitivamente consolidado en los hechos. La unidad se da en la calle, de frente a la dictadura.
A los compañeros: Juan José Cabral, Adolfo Ramón Bello, Luis Norberto Blanco, Máximo Mena, Raúl Castillo, Juan Mario Romero, Leonardo Culle, Juan Carlos Funes, Della Guerra, Daniel Castellanos, Mariano Pereira, Marcelo Terza, Juan Saquila, a los asesinados en Corrientes, Rosario, Córdoba y a todos los compañeros heridos, torturados, procesados, condenados por una justicia militar que el pueblo no reconoce les decimos:
• “La sangre que ustedes derramaron no será negociada.
• “Los ideales que Ustedes defendieron no serán traicionados.
• “La lucha que Ustedes iniciaron no será interrumpida.
“…Hasta que podamos reconquistar la libertad y la justicia social y le sea devuelto al pueblo el ejercicio del poder”.
CGT DE LOS ARGENTINOS, Junio 1969