Con profundo dolor le decimos hasta siempre al compañero Raimundo Ongaro, un dirigente sindical coherente y leal a sus principios, pieza fundamental en la histórica CGT de los Argentinos y en la construcción del movimiento obrero. Se queda su ejemplo marcando el camino: "Unirse desde abajo, organizarse combatiendo".
Lo despedimos este martes 2 de agosto de 10 a 14 hs. en Paseo Colón 731, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Prohibido, pero nunca en silencio (1984)
Raimundo Ongaro

“Mis estudios los hice en un colegio religioso. Era el primero en todo. Por eso los curas me insistían en que siguiera la carera de sacerdote. Si no –me decían- Dios me iba a castigar. Yo siempre me identifiqué con la imagen de Jesús. Pero me dí cuenta que Jesús estaba con los pobres por eso decidí unirme a ellos”. Así cuenta Raimundo Ongaro su opción vocacional. Pasó de ser compositor, profesor de música y director de orquesta en su juventud, a trabajar como obrero gráfico y de allí dio el salto hacia la dirigencia sindical. Fue Secretario General de la legendaria CGT de los Argentinos. Sufrió encarcelamientos, allanamientos, secuestros y humillaciones varias. Pero nunca quiso abandonar su país. Sólo cuando le asesinaron un hijo resolvió cambiar de postura y marchar hacia el exilio. Denunció a través del mundo la represión en Argentina, mientras se prohibía mencionar su nombre en cualquier medo de difusión del país. Sin embargo, Ongaro continuó siendo el símbolo del gremialismo combativo para el movimiento obrero. Místico, estudioso, locuaz, orillando los 60 años no se propuso nuevas metas. Solo continuar luchando por las justas reivindicaciones de los trabajadores.

La causa de un exilio es importante y lo es sobre todo en mi caso. Estuve catorce veces preso en la Argentina, fui secuestrado en una ocasión, mi hogar fue allanado muchas veces. Mi mujer perdió alguno de los hijos por intromisiones en mi casa., a altas horas de la madrugada, hombre que transportados en automóviles aparecían en esta localidad de Los Polvorines, haciendo uso de armas, vestidos de civil. A tanto llegó que cada vez que oíamos un automóvil era un terror, en una población alejada 34 kilómetros de Buenos Aires.

Esos hechos y los arrestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, la supresión de la posibilidad de imprimir hojas y diarios, la pérdida de la libertad habían generado en mí una convicción y una volunta de no alejarme jamás y por ningún motivo de la Argentina. Había tomado una decisión muy seria de no abandonar el país, sena cuales fueran las circunstancias en que me encontrara. Recuerdo que en esto coincidíamos con otro sindicalista, hoy fallecido, Agustín Tosco,cuando nos encontramos juntos en la cárcel de Caseros, después de un período de nueve meses de arresto en el mismo lugar. En esos diálogos con Tosco habíamos llegado a la conclusión de que si era necesario moriríamos presos en la cárcel pero siempre en la Argentina. Si eso servía como un milímetro de bandera para la lucha por la libertad en el presente o en el porvenir, nosotros lo ofrecíamos por la causa de una sociedad más justa, de estructuras modernizadas, de participación de los trabajadores, de un hombre nuevo.

¿Por qué se deshace en mí esa voluntad de no abandonar ni muerto la Argentina? No fueron las sucesivas cárceles, ni los allanamientos, ni las persecuciones, ni el sufrir simulacros de fusilamientos en los cañaverales de Tucumán a altas horas de la madrugada, ni los interrogatorios de los servicios de inteligencia de las distintas fuerzas armadas, ni las amenazas de la picana eléctrica. No fueron, repito, esos hechos que le pueden suceder a un militante político en esta época, como en cualquiera otra, de este país o de cualquier otro.

Fue el 7 de mayo de 1975, mientras me encontraba una vez más a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Que sería el último de mis arrestos. Entonces se iba a producir un hecho muy desgraciado para mi familia, aunque yo no lo iba a conocer ese día. El 8 de mayo, la jornada siguiente, incomunicado en un calabozo de Villa Devoto, solo y aislado en una celda de 1,40 por 2,30 en un camastro, estaba escuchando el informativo de Radio Colonia, la voz del periodista Ariel Delgado; faltaba cinco minutos para las 14, hora en que terminaba y me disponía a apagar la radio pensando “bueno, esto es lo de todos los días”, cuando escuché que mi hijo, Alfredo Máximo había sido asesinado a balazos y su cuerpo encontrado en un lugar del Gran Buenos Aires.

Allí replanteé rápidamente, fueron unos segundos, mi decisión de quedarme en una cárcel, de no salir del país con mi familia, ese de no haberle dicho a mis compañeros y compañeras sindicalistas,activistas, trabajadores militantes que podía irme del país y ser más útil a la causa por la que luchábamos. Aquel día comprendí que estar en la cárcel no servía para nada, si uno no podía utilizar la palabra, la comunicación con la gente, estar presente en una huelga, en una manifestación, en una asamblea, en un plenario o junto a los compañeros o los hermanos que estaban en una olla popular. Es otro mito, me dije, eso de creer que estar en la cárcel sirve para algo, porque yo no puedo defender a mi hijo; porque si hubiera estado en libetad, me hubieran matado a mí, y no a él.

Después de este hecho, las radios y los diarios anunciaron inmediatamente que mi hijo mayor, Raimundo, había sido esposado en el centro de Buenos Aires y gracias a la ayuda de un centenar de transeúntes pudo escapar de la policía Lopezreguista y recibió la protección de una congregación religiosa que lo albergó hasta que pudo salir del país.

Veiticuatro horas después, al más joven de mis hijos, Miguel Angel, lo vienen a buscar a esta casa de Los Polvorines y a la de su novia y no lo hallan. Conozco después –por medio de las visitas que llegan a la cárcel de parte de personas que trasmiten su solidaridad por estos hechos vandálicos- que el sector dominado por el Ministro de Bienestar Social, José López Rega, había dictado una orden de exterminio contra mi familia. Durante una reunión de esa logia criminal se había llegado a la conclusión que era mejor matar a la familia del sindicalista Raimundo Ongaro que asesinarlo a él mismo. Este es un método nazi que se dirige a afectar en primer lugar a la familia. Porque en seguida surge el razonamiento “si no hubiera estado en política, es esas actividades sindicales, tal vez nuestro hijo estaría vivo, los otros no estarían amenazados y no tendríamos esta persecución. Contaríamos con la seguridad que todos los días, el hijo y el padre y el hermano y la novia y la madre y la abuela volverían a casa por la noche”. Ese sistema golpea primero a la familia, pero después sobre el núcleo de trabajadores, de militantes políticos de activistas sindicales, en un partido, en una asociación cultural. En estos medios, genera la siguiente reflexión: “si lo mataron al hijo de aquel dirigente, ¿qué no nos pasará a nosotros, a quienes nadie conoce, la prensa jamás puso una foto, los diarios nunca dijeron que vivimos en tal lado e hicimos tal cosa o la otra?” Por lo tanto, el método busca desmoralizar en parte a un conjunto de la militancia y de los seguidores que han participado en una actividad reivindicativa o de emancipación social de los trabajadores y de un pueblo.

Fue en ese momento que comprendía que no servía de nada estar en una cárcel, atado de pies y manos, viviendo el peor de los exilios. Por tanto, decidí pedir la opción constitucional para salir del país.

La entonces presidenta María Estela Martínez de Perón no la firmó, siendo su deber hacerlo. No solo no lo hizo, sino que lo ignoró totalmente y tuve que recurrir a través de mis abogados al Poder Judicial, hasta que un digno juez le ordenó al Poder Ejecutivo que yo pudiera salir.

Antes de salir, el director de la cárcel tuvo que tomar muchas precauciones. Setenta y dos horas antes de que me pusieran en un avión rumbo a la capital del Perú, durante la noche apareció en el penal de Villa Devoto una caravana de automóviles, supuestamente pertenecientes a la Policía Federal, reclamando por mí para llevarme a Ezeiza, en nombre de una comisaría determinada. El director de la cárcel, por sentido humano ante lo que había sucedido con mi familia, tuvo la sospecha que pudieran no ser de la Policía Federal y sí parapoliciales o paramilitares. Llamó a esa comisaría y le dijeron que de ahí no había salido ningún auto, por lo que no dejó que me sacaran. Esa noche, no me caben dudas, me hubieran matado también a mí. Tras ese hecho, entonces sí llegó la Policía Federal, me pusieron en un avión y fui deportado.

Había sido el último arrestado a disposición del Poder Ejecutivo Nacional por decreto del 9 de diciembre de 1974, resolución 1810, firmado por María Estela Martínez de Perón, en un momento de auge en el poder del Ministro Jopé López Rega. Transcurrido más de medio año, el 29 de agosto de 1975 fui colocado en un avión con rumbo aLima: En ese momento me acompañaron algunas personas próximas a mi trabajo en el gremio gráfico. Mi esposa y todos mis hijos habían salido unos días antes.

En ese tema del exilio hay un aspecto que tiene mucha importancia y pocas veces se lo menciona: la causa, el origen por el que uno se marcha a otro país. El exilio –que siempre existió en la tierra, como la vida y la muerte, y ya se lo conoce desde los tiempos mitológicos, aquel de las narraciones primitivas en forma de cuentos, invenciones o sucesos fabulados- y tiene que ser analizado muy bien y distinguirse entre lo que es una salida forzadapor cuestiones económicas, sociales o culturales, y ese otro exilio, que bajo la denominación de opción para salir del país no es nada más que la forma moderna con que el derecho encubre la deportación, que ya existía como ley, con el número 4144, en la Argentina a principios de este siglo para ser aplicada fundamentalmente a sindicalistas y trabajadores que protagonizaron huelgas y manifestaciones de protesta memorales en las primeras décadas. Mi caso –como el de centenares o tal vez miles de argentinos y argentinas- no fue una salida del país en busca de nuevos horizontes económicos, culturales, científicos o para poder trabajar con mayor libertad o tomar distancia de los miedos y del terror –lo que me parece totalmente justificable.

Nosotros salimos como deportados, fuimos puestos en un avión, con nuestras manos esposadas, y llevados a otra nación donde tuvimos que buscar la manera de encontrar lo más elemental para la subsistencia humana. Esto ha dejado en nosotros una herida más que se agrega a otras: es la incomprensión de una parte de nuestros compatriotas, fruto de la manipulación de los medios de comunicación social, del terror que creció bajo la dictadura, de los miedos que quedaron en los que permanecieron en el país –con valentía algunos, otros porque no tenían otra posibilidad que la de seguir en la Argentina-. Después de volver hemos escuchado frases muy duras, como esas de la escritora Marta Lynch que dice “nosotros nos quedamos acá, otros en cambio se fueron”. Esto me hace pensar que no se ha explicado suficientemente todavía que hay gente que fue expulsada del país.

En la etapa de la dictadura militar, en la predictadura anterior al 24 de marzo de 1976 y aún en otros períodos de nuestra historia que datan de los albores dela independencia nacional, hubo exilios, algunos muy conocidos, otros menos. Es el caso del General San Martín que ni siquiera pudo regresar a la patria (cuando quiso desembarcar lo esperaban con las calificaciones más despectivas y las groseras, aunque luego se reivindicó su memoria). También el General Juan Domingo Perón que no se fue porque quiso interrumpir su mandato de presidente constitucional en 1955, sino porque lo obligaron y no puedo retornar hasta 18 años después. Ha pasado en la Argentina algo así como que por turno, rotativamente, todos hemos sido exiliados, si se mira que en cada una de las ideas estaba también la persecución a una ideología, a una posición intelectual, cultural o social determinada.

Esa herida de la incomprensión me duele todavía mucho. Hay gente que dice “si se fueron, por algo será, ojalá no vuelvan nunca más”. Tiempo atrás hubo un acto en el estadio Luna Park, de Buenos Aires, y ahí se celebró un cántico que expresaba “los desaparecidos/que no aparezcan nunca más”. Proyectando a otros terrenos lo que sucedió durante la dictadura militar y en su preludio, agregarían: “los que se fueron, ojalá que no vuelvan nunca más”.

El problema de los exiliados no ha sido tratado a fondo. Diría que es importante que este turno de los que lo protagonizaron los últimos 10, 20 o 30 años difundieron las causas de los exilios, si es que se quiere evitar que vuelva a suceder en el futuro ese nunca más, que hay que aplicarlo a muchos aspectos de la vida nacional. De lo contrario, esa antinomia que existe entre los que por un motivo u otro se quedaron y los que por una razón u otra se tuvieron que ir, produce una fractura en el campo popular, una disociación en la compenetración de esfuerzos. De cooperación y de solidaridad de los que por ninguna causa deben estar desunidos.

Hace poco en unas asambleas que hubo en mi gremio (la Federación Gráfica Bonaerense), en la Federación Argentina de Box alguna gente en actitud provocadora –seguramente instigados por minorías involucionistas, por los nostálgicos de la dictadura- hablaron con ironía de “los que se fueron a Europa a tomar sol, a la doce vita, a pasea, a hacer turismo”.

No he dejado de ver tampoco algunas revistas que se dicen representativas de sectores nacionales y populares que se muestran muy despectivas en esto mismo aludiendo al valor que tuvieron los que permanecieron en el país y la cobardía de los que se fueron.

No quisiera nunca que el caso de mi exilio le sucediera a ningún argentino. Tampoco que los exilios de los últimos tiempos y los que hubo en la Argentina se volvieran a repetir.

Llegué al Perú en los últimos momentos del presidente Velazco Alvarado, que se había instalado en 1968. El gobierno me recibió como si fuera el mejor de los peruanos. Puso a mi disposición todo lo que quisiera solicitar. Por supuesto, no pedí nada, no acepté custodia policial ni otras facilidades que me quisieron otorgar los miembros del gabinete, y entre ellos, el Ministro de Relaciones Exteriores, general Miguel Angel de la Flor Valle; uno de los comandantes delas fuerzas armadas, el general Fernández y otra gente que colaboraba con la experiencia peruanista.

Algunos argentinos, que habíamos analizado el proceso en el año 68, lo mirábamos con simpatía y así lo escribimos en el diario de la CGT de los Argentinos. Por algún medio eso se conoció en el Peró y creo que a causa de los que demostrábamos hacia ese movimiento por la defensa de los patrimonios nacionales, por la revolución agraria que había devuelto a los campesinos y a los indígenas las tierras de las que eran legítimamente dueños, etc. Fuimos recibidos con cordialidad por el gobierno y el pueblo del Perú. Estando preso enVilla Devoto tuve oportunidad de comprobar que algunos escritores, periodistas argentinos y peruanos habían mandado informaciones hablando de la posibilidad de mi asesinato, por envenenamiento u otro sistema. Y eso generó una mayor solidaridad y generosidad de la gente de ese país.

Inmediatamente que llegué me puse a denunciar por todos los medios de comunicación posibles –en todas las instituciones sindicales y políticas con las que logré contactarme, con representantes de otros países, sin excluir embajadas- la escalada terrorista que se producía en la Argentina, particularmentela de la Triple A y los grupos Lopezreguistas, dando algunas precisiones más sobre quienes componían estos sectores. Organizados además a través de la comunicación que pude crear con sindicalistas y políticos en la Argentina llamaba a generar un Frente de Liberación Nacional que para diciembre de 1976 –fecha en que estaban previstas las elecciones- pudieran suplantar con eficacia el desgobierno total de la ex presidente María Estela Martínez de Perón, quien era legalmente Jefa de Estado, pero legítimamente había dejado de ser presidente porque no cumplía el programa votado el 11 de marzo de 1973.

En el Perú estuve siete u ocho meses. Al llegar enero de 1976, realicé mi primera gira europea tras esta salida de la Argentina. Había hecho otros viajes al exterior, particularmente a Madrid, donde había visitado al General Peón en el período que va de 1966 hasta 1972. En la época de la Federación Gráfica Bonaerense y de la CGT de los Argentinos, de manera muy especial, mantuve contacto permanente, ya fuera en la misma Madrid o a otros países adonde él me pidió que fuera (Italia, Francia y particularmente los países árabes donde iba a reclamar solidaridad y expresar la coincidencias que tenía el movimiento peronista con algunos de esos países del Tercer Mundo.

En 1976, volví a Europa, visité todos los países y llegué de nuevo a las naciones árabes. En ese periplo, seguí con las denuncias en todos los medios de difusión, radios, diarios, televisión, grandes conferencias, en universidades, en conversaciones con partidos políticos, sindicatos, actos públicos.

En Europa fui uno de los primeros en hacer advertencias serias y muy graves sobre que la chispa neocorporativa y golpista, que una vez había sometido a España y luego había incendiado a Europa, estaba por darse en la Argentina por lo que apelábamos a la solidaridad, a la comprensión y la cooperación de esas naciones porque vislumbraba ese mismo proceso para la Argentina. En cada una de las reuniones, de las declaraciones, de mis contactos con autoridades y dirigentes de partidos políticos, de la iglesia acompañaba estas denuncias de muchas referencias y detalles, de señalamiento concreto de noticias diarias, donde se comentaban las muertes, los asesinatos, los secuestros y las torturas y las presiones que se daban en la Argentina.

Ya en diciembre de 1975 se había dado el alzamiento del brigadier Capellini y yo señalaba que así como en junio de 1955 un primer levantamiento contra el gobierno constitucional había fallado, el segundo en septiembre del mismo año, les resultó. Ese intento de diciembre, decía, había fallado pero seguramente detrás vendría otro y ese segundo tal vez no fracasase, porque para ser exitosa la confabulación debía tener grupo militaresy civiles, incluso políticos que parecían ser insospechados dejaban las puertas abiertas al alzamiento contra la democracia.

Esa gira recorriendo Europa fue muy importante para mí; no conozco a otro argentino que haya salido a alertar de la forma en que yo lo hice. Y lo realicé con tanta vehemencia que algunas revistas, diarios –y otros medios de comunicación como la RAI en Italia y casi todo el periodismo de Holanda y Bélgica- me preguntaban a veces si mi actitud de denuncia de una posibilidad golpista y del significado de los grupos parapoliciales y la Triple A, no era tal vez un apasionamiento y una vehemencia or lo que me había sucedido en lo personal y en mi familia. Les advertí que no y quiero señalar que si bien algunos sectores de la opinión pública europea, de su clase política y sindical, prestó atención a mis palabras (en algunos casos hubo una receptividad bastante amplia, tratando de analizar en profundidad si eso coincidía con el ritmo de los acontecimientos en la Argentina), en general Europa no se movilizó para evitar el golpe de marzo de 1976, aún de la manera indirecta de trasmitir solidaridad dentro de las formas de las razones de estado y la no ingerencia en cuestiones internas de otros países.

El día de la instauración de la dictadura, el 24 de marzo de 1976, estaba de regreso en Lima. En Perú, la situación de los exiliados –unos forzosos, otros por razones de prevención y seguridad física ante las amenazas que recibían de las organizaciones represivas clandestinas- comenzaba a cambiar y algunos se plantearon que ya no era seguro permanecer en ese país. En ese momento ya no estaba más el presidente Velazco Alvarado –que se recluyó en su finca de Chaclacayo, a 40 kilómetrso de la capital- y se advertían algunos movimientos que iban a modificar totalmente los que había sido aquélla reforma propicia por la denominada Revolución Peruana. Las fuerzas armadas tomaban actitudes que nos hacían visualizar que había alguna relación con la nueva situación que se daba en la Argentina y pocos mese s después se tornó totalmente insegura. Se producían detenciones, allanamientos, generalmente a cargo de la policía local. Hubo casos dramáticos con detenciones de varios días. Yo tuve que intervenir por algunos argentinos y argentinas detenidos bajo acusaciones de ciencia ficción sobre participación en hechos desestabilizadores de la sociedad peruana, y con un poco de esfuerzo logré sus libertades. Ellos comprendieron que una segunda o tercera detención podía ser muy delicada: fue cuando empezamos a ver que desde la Argentina comenzaba a ramificarse una red –tal vez no muy incipiente, aunque entonces sí más notoria- de comunicaciones entre los servicios de inteligencia de las distintas fuerzas armadas. Con Chile, Uruguay y Paraguay, lógicamente, pero también entrando en un país que para nosotros había sido una especie de garantía y de antítesis de lo que se estaba produciendo en la Argentina.

Por esos motivos, en junio de 1976 decidí trasladarme de nuevo a Europa.

¿De qué vivió Raimundo Ongaro en esos años?

- En aquellos momentos, con mi esposa y mis hijos recibimos la solidaridad de algunos compatriotas argentinos radicados en el Perú. Otra ayuda muy emotiva fue la decisión de compañeros de talleres gráficos de Buenos Aires de juntar algún dinero y utilizando medios como la compañía aérea Aero Perú, estatal, nos iban enviando 50, 100 dólares. Colaboraron también algunos españoles y españolas exiliados –unos desde los tiempos de la terminación de la Guerra Civil en su nación, otros que llegaron con posterioridad, después de recorrer otros países-. Encontré también un gran hermano y gran amigo, diría mi gran maestro y mi gran protector, el profesor y economista Abraham Guillén, experto de la Organización Internacional del Trabajo, que estaba desempeñando una función de asesoramiento cooperativo en el área social en nombre de la OIT y las Naciones Unidas. Junto a él trabajaba un equipo, también de expertos internacionales, que conocían mi trabajoen la Argentina como Secretario General de la CGT de los Argentinos y secretario de la Federación Gráfica Bonaerense.

Fui siempre una de las personas que en el exilio encontró mayor comprensión porque era más conocido que otros argentinos y argentinas. En mi caso, siempre hubo organizaciones católicas, cristianas, sindicales, políticas que habían tenido conocimiento, desde los tiempos del Cordobazo y aún antes, que en la Argentina había una persona llamada Raimundo Ongaro. Lo he podido comprobar en el exterior, porque he visto toda una literatura escrita en periódicos, en folletos, en revistas, en publicaciones de partidos políticos, de sindicatos, de internacionales obreras –como la Confederación Latinoamericana de Trabajadores- y de otros organismos similares que naturalmente trataron de mostrarme su solidaridad para que yo pudiera subsistir y seguir difundiendo lo que pasaba en la Argentina.

Mi vida siguó el estilo de enorme y durísima austeridad que me es habitual –que por otro lado no me cuesta ningún esfuerzo y no le atribuyo ningún mérito-. Para mí, aún ahora, no existe el cine, ni el teatro, ni los estadios de fútbol, ninguna algarabía. Hasta el día de hoy, que tengo 59 años, no he pisado un estadio de fútbol, ni en mi país ni en ningún otro lugar del mundo. Esto no es una moralina por la que yo he combatido la burocracia sindical, la que renegó de los principios y objetivos de los trabajadores, porque ellos iban a los hipódromos o a los casinos o porque dilapidaban los dineros que eran de los trabajadores para su lucro individual o grupal. En mí fue natural el desprecio a todo lo que en esta vida puede significar diversión y distracción. Con decir que en el Perú no conocí siquiera Machu Pichu, que algunos consideran interesante desde el punto de vista histórico, porque es aprender cosas que hacen a nuestra cultura, nuestras raíces latinoamericanas e indoamericanas.

En junio de 1976, volví a Europa convencido que era la caja de resonancia mundial para hacer una tarea eficaz a favor de lo que sucedía en la Argentina contra la dictadura militar y su secuela de presos, de muertos y de desaparecidos que ya los había. La prensa, los partidos políticos, los gobiernos, los sindicatos europeos tiene un poder de irradiación mundial mucho más intenso y profundo de lo que e puede lograr a través de un país como el Perú, en vías de desarrollo, pobre, con pocos medios de difusión, si nagencias internacionales, sin grandes foros de alcance mundial.

Fui a Europa convencido que mi primer lugar de residencia debía ser París, porque era un punto de confluencia de exiliados de todo el mundo, de gran propagación de las noticias, de encuentro con la gente de Chile, de Uruguay, de Bolivia, de Paraguay, de Latinoamérica y otros continentes, pero fundamentalmente latinoamericanos y argentinos.

Allí encontré apoyo de la Confederación Democrática del Trabajo, del Comité Católico para la Lucha contra el Hambre y por el Desarrollo, de sindicatos, de asociaciones políticas. Aquí también tuve una solidaridad y cooperación generalizada mayor, como dije, que otros hermanos y hermanas míos, trabajadores y trabajadoras: los González, los Martínez, los Fernández que tuvieron que irse de la Argentina porque porque estaban perseguidos, después de trabajar en una fábrica o al frente de un sidicato zonal de alguna provincia con pocos afiliados, cuyos nombres no trascendieron a la prensa o no tuvieron participación en los acontecimientos que alcanzaron notoriedad en Argentina: En cambo, cuando yo llegué a París era una persona conocida, porque en cada una de aquellas catorce detenciones que tuve se formaron comités que pedían por la libertad de los presos políticos y sociales de la Argentina, y estaban compuestos, en algunos casos, por ejemplo, por el actual presidente de Francia, François Miterrand y otros destacados políticos y sindicalistas. Cuando estuve preso con Agustín Tosco, todas las centrales sindicales internacionales ya pedían por mí. Y no hay que olvidar un detalle importante: en el año 1969 fui elegido miembro del Consejo de Administración de la Organización Internacional del Trabajo, lo que hizo que en exterior me conociera medio mundo. ¿Por qué no podía asistir a las reuniones en esos años? En primer lugar porque estaba casi siempre detenido, lo cual significaba que en ese organismo, los 1.500 delegados que iban todos los años pedían por la libertad del sindicalista argentino que estaba preso. Cuando llegué en esta oportunidad, fui recibido con mucha expectativa, simpatía y cariño. Esto no se dio con todos los exiliados. En general, fueron bien atendidos; en al caso de Francia no hubo exiliado al que no se le proporcionó una habitación, un subsidio, o se le facilitaba un documento y todos los medios para que pudiera reinsertarse o adecuarse a la nueva realidad. Pudo haber alguna excepción, pero en general no se dejó desprotegido a nadie en toda Europa. Fue impresionante la actitud de las iglesias cristianas y las reformadas en Holanda; en Bélgica, la de los sindicatos y partidos políticos; en Inglaterra, en Noruega, en Suecia, en todos los países escandinavos hubo ayuda generosa con los argentinos, los uruguayos, los chilenos, los bolivianos, los paraguayos, particularmente los del cono Sur. En algunos casos como Suecia y Noruega, quedamos sorprendidos por la disposición generosa y comprensiva con que se facilitaban los medios de subsistencia y de trabajo para poder adecuarse a la nueva realidad.

Llegué a París, como dije, en junio de 1976. Allí, viviendo con una tensión que duraba las 24 horas diarias de los 8 años y medio de mi exilio –alejado de todo los que fuera un espectáculo; sin conocer la Torre Eiffel, ni el museo del Louvre- me dediqué a caminar Europa, Africa, América Latina, país por país, foro por foro, congreso por congreso, seminarios, coloquios, conferencias, reuniones de la OIT.

Soy el único argentino que ha asistido a todas las asambleas de la Organización Internacional del Trabajo. En nuestro país hay sindicalistas que han ido a la OIT integrando delegaciones oficiales o particulares, pero ninguno fue a todas, desde el año 1976 hasta la última de 1983. Pero no es sólo el hecho de ir, sino que el haber sido miembro de esa organización me permitía también conocer grandes entidades continentales, a centrales y confederaciones mundiales y hacer una prédica constante entre todos los delegados, en las comisiones de derechos y libertades sindicales para obtener la mayor cantidad de resoluciones referidas a las libertades de los trabajadores, al esclarecimiento de muertes y desapariciones.

Desde Francia me dediqué a planificar y realizar visitas a toda Europa. Por ejemplo, cuando estuve en Londres, Inglaterra, durante tres días haciendo conferencias con sindicatos, con Amnesty Internacional, que duraba muchas horas, a veces, varias jornadas. Recuerdo que una de ellas fue para solicitar en particular el esclarecimiento de la situación del Profesor Alfredo Bravo que estaba desaparecido; por la libertad de Alberto Piccinini, por la aparición con vida de Jorge Di Pascuale, de Benito Romano, por citar los nombres más conocidos. Yo elaboraba y llevaba una lista de presos, de desaparecidos, de muertos y pedía en esos encuentros la difusión en los medios de prensa y todo tipo de medidas que pudieran ayudar. Mi dedicación fue total, no conocí el descanso; fui siempre de un lugar a otro con una tensión permanente, viviendo con mi alma en la Argentina. Si a mí me preguntaran ahora cómo es Europa, no sabría responder, aunque la recorrí más que nadie.

¿Los puntos de vista que defendía en la OIT eran los mismos que llevaban los sindicalistas argentinos?

- La Organización Internacional del Trabajo es una institución que tiene distintos mecanismos y comisiones para tomar resoluciones, proponer medidas, recabar de los gobiernos respuestas sobre las violaciones a los derechos sindicales, la falta de libertades, la desaparición de personas, sobre muertes. De las delegaciones oficiales que fueron de la Argentina no puedo decir que todos sus componentes tuvieran matemáticamente los mismos criterios . Diría que había compañeros que eran más solidarios en la lucha contra la represión y en la denuncia, y otros que –por razones tácticas, podíamos decir, o por causas de seguridad o tal vez por miedo o por otros factores que no entro a analizar- eran más blandos. Había algunos que eran más enérgicos y otros que lo eran menos; algunos más complacientes con las delegaciones oficiales a nivel del Estado –es decir el Ministro de Trabajo, que era un general o un brigadier- y otros eran menos complacientes.

Mi trabajo era visible en la OIT porque me reunía notoriamente con los delegados de todos los países con los cuales tenía y sigo teniendo una gran amistad, elaborada con diez años de anterioridad al golpe militar del 76, porque creo que fui el primer secretario general de una organización sindical en la Argentina (la Federación Gráfica Bonaerense, el primer sindicato del país, formado en 1857) y sobre todo como secretario general de la CGT de los Argentinosque durante su mandato comienza a invitar masivamente a representantes sindicales de otros países.

No conozco en la historia gremial argentina de las últimas tres décadas y media –salvo en el tiempo en que Perón propició la creación de Atlas, con la que sale a recorrer Latinoamérica- una iniciativa como la mía, porque luego se produce un vacío de comunicación con el sindicalismo internacional. Creo que ese fue uno de los defectos que hemos tenido los argentinos y también uno de los errores que no hemos corregido razonablemente. A mí me pareció que era importante la solidaridad internacional y por eso había invitado a los yugoeslavos, a los árabes, por 2, 3 y 4 veces; les había hecho conocer Buenos Aires y entregado pequeños obsequios de las cosas típicasargentinas. De modo que cuando llegué al exterior y entré en el mecanismo de la OIT, me encontré con todos ellos. Había representantes y delegados sindicales de Francia que estuvieron en Buenos Aires durante la época linda del Cordobazo, o habían participado de actos del Primero de Mayo; algunos de ellos hasta estuvieron presos, como el caso del dirigente retenido durante horas por la policía de la dictadura militar del general Onganía. Por eso mi gravitación personal, humana, efectiva en todo el sindicalismo mundial era importante.

En estos mecanismos que tiene la OIT y también en la confederaciones mundiales de mayor gravitación –como la SILOS, de particular influencia en el sindicalismo europeo de orientación socialdemócrata y socialista, así como el independiente, autogestionario en sus distintas variantes- elaborábamos propuestas de una manera fraternal y ellos luego las presentaban con autoría de sus países, de sus centrales, de su propia posición, y era un trabajo que hacíamos previamente entre todos. Así propuse la más alta sanción contra un gobierno: constituir una comisión de queja, que consiste en que de tres a cinco abogados llegaran a la Argentina en nombre de la Organización Internacional e hicierna una exploración “de visu” en los sindicatos, investigando si efectivamente en la CGT había un coronel como interventor, si en la Unión Obrera Metalúrgica había otro; otro más en el SMATA y otro en la Federación Gráfica, etc. También había sindicalistas presos como era el caso de Julio Guillán, de Piccinini y de tantos otros; si era cierto que estaba prohibido el derecho de huelga. Todo esto, de comprobarse, daba lugar a una sanción que podía llegar a las Naciones Unidaso a la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

En una de las votaciones de 1977 se propuso una comisión de investigación para la Argentina. El gobierno militar no la aceptó y al otro año hubo diálogos entre las distintas confederaciones para ver si se podía obtener el mejoramiento de la situación, la forma en que se enviarían los delegados y la manera mas eficaz de poder trabajar. Hubo una cantidad de resoluciones todos los años, continuadamente, parte de ello el reflejo del trabajo que hacían los sindicalistas que iban desde la Argentina constituyendo las delegaciones oficiales o particulares y parte como fruto de otros compañeros que estábamos llevando permanentemente la documentación detallada sobre violaciones a los derechos sindicales y humanos.

No pude traer a la Argentina lo que he dejado en los archivos europeos, pero creo que he hecho alrededor de 10 mil páginas sobre leyes derogadas , decretos de los gobiernos de ipso implantando impuestos violatorios de los convenios internacionales, las huelgas reprimidas, toda la ilegalidad que caracterizó a esa época.

También asumimos como trabajo permanente la confección de nóminas, obtenido por distintos canales y compartidamente con otros organismos de derechos sindicales y humanos que se fueron organizando en el exterior de presos, muertos y desaparecidos. Las hemos llevado permanentemente a la OIT, pero también al Vaticano, las iglesias reformadas, los partidos políticos, los gobiernos. Creo que no hubo barrio de Europa, de Latinoamérica y diría también de los Estados Unidos y Canadá, algo de Japón y bastante de Africa, donde no haya entrado el exiliado argentinos para hacer la denuncia de lo que pasaba en la Argentina, pidiendo se movilizaran resoluciones internacionales para que las libertades pudieran llegar cuanto antes al país. Fue una tarea titánica, de la que existe muy poca información en nuestro país. Puedo decir que tanto la resolución Humphrey-Kennedy, que no permitía la venta de armas, como otras del tipo más variado, fueron el resultado del trabajo de millares de exiliados que se movieron en todos los niveles estatales, gubernamentales y sociales de distintos países.

Durante el primer año en Europa, me radiqué en París y desde allí hice varias giras por países europeos, siempre trabajando en todos los lugares por medio de intérpretes. En holanda, Suecia o Noruega, los idiomas son complicados, pero los latinoamericanos tenemos una ventaja de expresarnos con facilidad por medio de las manos y los gestos. Esto provoca graciosas anécdotas. En Francia yo iba a las universidades y el traductor se quedaba en silencio para dejarme hablar con las manos, porque igual me entendían. En Holanda, recuerdo que hablando en directo por televisión los directores del programa me hacían señas para que parara cuendo llevaba 40 minutos de intervención; días después, en las calles de Utrech, en Rótterdam, en Ámsterdam, en La Haya la gente me saludaba expresándose, como podía en una mixtura de castellano-inglés-italiano-portugués, para “decir ¡qué bien!”, porque entendía por las manos. El caso más curioso me pasó en el Parlamento de Suecia durante un acto auspiciado por Amnesty. La intérprete que tenía a mi lado se hizo famosa –su foto salió en los diarios- porque se calló de pronto y los suecos que no entienden nada de castellano comprendieron todo, porque les hacía señas hasta de cada cuántas horas había un muerto, un desaparecido, cuál era la proporción de argentinos exiliados...

Después del año en Francia, debido fundamentalmente a cuestiones familiares, de idioma, por mi esposa que tenía enormes dificultades de comunicación, la falta de contacto con las familias, la ausencia del propio medio y encima tener que luchar contra ese aislamiento, hizo que yo decidiera marcharme a España, perque me pareció que esa iba a ser la etapa final del viaje de regreso a Buenos Aires. Por lo que había visto en América Latina y en la Europa latina, me pareció que España era un lugar para hacer un buen trabajo, con una comunidad que hablaba nuestra lengua, en plena democracia y donde para mí era importante conocer cómo iban trabajando los partidos políticos y cualquier otra experiencia de un pueblo que había tenido un millón de muertos, una dictadura de 40 años, vivido lacensura, el terror, la represión. Interesaba ver cómo reaccionaba ese pueblo, como se expresaba, cómo se reorganizaba, cómo crecía el entusiasmo para que la libertad y la democracia significaran una mayor participación de esa comunidad en el quehacer diario y los cambios que hacen a la innovación histórica para toda esta gran región que llamamos Iberoamérica.

¿Estando en el exilio repensó la experiencia que protagonizó al frente de la CGT de los Argentinos?

- En el exilio vivía obsesionado porque en la Argentina había presos, muertos, desaparecidos, Madres de Plaza de Mayo, abuelas de Plaza de Mayo, organismos de defensa de los derechos humanos, la Asamblea Permanente, el Servicio de Paz y Justicia, el Premio Nóbel Pérez Esquivel me había visitado en Francia en el quinto piso donde yo vivía, junto con sacerdotes y otros representantes de Iglesias Cristianas. No tenía otra dedicación que ver terminada la dictadura militar las 24 horas de cada día. El centro principal de la lucha contra la dictadura estaba en la Argentina, nosotros éramos el soporte exterior. Era un aporte muy intenso a través de los diarios, las revistas, siempre hablando de la Argentina, en un púlpito o en un congreso político o sindical.

No me puse a pensar ni en la CGT de los Argentinos ni en la década del 45 al 55. Observaba el accionar sindical de esos países, cómo movilizaban las organizaciones políticas con el interés de sacar conclusiones que nos ayudaran a derrotar a los gobiernos de facto.

He vivido el exilio con el alma, el corazón y la cabeza en la Argentina. Mi vida ha estado en San Juan, en Salta, en Corrientes, en todo lugar donde estaba la represión, en los jueves de la Plaza de Mayo y también en mi regreso a la Argentina. Me comunicaba a través de cartas, de pasajeros y compañeros que venían de la Argentina y también durante el tránsito de líderes políticos, con el Dr. Illía tuve dos encuentros, con el Dr. Oscar Allende otros dos, con dirigentes peronistas como Carlos Menem, con sindicalistas como Saúl Ubaldini, con Carlos Cabrera, con Roberto Digón, en la OIT o en España. La única vez que el Dr. Ricardo Balbín salió del país para un programa en España, estuve cuatro horas con él hablando de los posibles cambios que se podían dar.

Siempre el tema central, el leitmotiv, un poco lo wagneriano de mivida era cuándo se terminaba la dictadura. ¿Cómo hacemos para terminarla? ¿a quién hay que ver? ¿al Papa? Pues estamos con el Papa o en la OIT, o en Estados Unidos, o en Sao Pablo con el cardenal Arns, o en todos los lugares donde hubiera gente, un eco, un foro.

Viví mi exilio para la Argentina. Creo que no me he bañado, por decirlo de alguna manera. Todos esos problemas que tienen algunos intelectuales que están todavía en el exilio, hablando del problema de la reinsersión, de adecuación, del desarraigo, de los traumas familiares, de la nueva lengua, de la lejanía de los seres queridos, del familiar muerto, del hijo que te falta, del compañeros que tienes preso... Todo eso que es síquico, que es el diván, no lo he vivido nunca. He visto que hubo algunos exiliados que son capaces de componer –y lo digo con un profundo respeto- una novela, un caso psiquiátrico. Sufría por estar fuera de mi país, por no poder darle un beso a mi madre, por no saludar a mis parientes, ni estar con mis compañeros, ni con la Madres de Plaza de Mayo, o con los compañeros tucumanos, del Chubut, de los gremios, por no estar más cerca, por no ser más eficaz. Pero no me importaba en absoluto si la comida era diferente, si había que comer pescado en vez de carne, si el estilo de la gente era distinto, la manera de caminar, las calles, los horarios, si la apertura o cierre de los negocios era de una u otra manera... Pasaba por encima de todo eso, no me interesaba nada más que el problema argentino. Es decir, era mi respuesta natural, la que tuve desde niño, en la juventud, en la adultez, desde esa escuela primaria en un colegio de monjas hasta que estuve en la CGT de los Argentinos, en la cárcel o en cualquier lado, siempre me preocupó más la sociedad que mi persona. No quiero contar nada de mí, porque lo que yo pensaba estaba encarnado en todos los demás: me dolía la carga que llevaba el otro, mi yo no existía. Ese es el estilo de mi vida además, que tiene sus virtudes y sus defectos: he sido un poco paternalista, como sintiendo profundamente la necesidad de servir a los demás, de ver la alegría en los demás, la justicia en los demás, que eso era mi recompensa y mi gratificación. Por eso he dicho que no es ningún mérito para mí no utilizar algunos bienes de la civilización que dan confort, alegría, expansión, que sirven para la diversión, porque no me llamó nunca la atención. Tuve siempre una actitud como de sacerdote, de apóstol, de predicar, hacer el bien y el deseo de ver a todos los demás en una situación de justicia, de libertad creativa e imaginativa desarrollando todas sus capacidades. Por eso también no pude llorar mi exilio, ni la despedida violenta que hicieron de mi persona, como no lloré en la cárcel, ni cuando estuve pupilo doce años. No me dolió nunca mi cuerpo, ni mi cabeza, me dolió siempre la persona de personas, el cuerpo plural, que es la comunidad que he vivido.

Sé que hubo y hay otras personas a quienes ha afectado profundamente el exilio. Incluso les ha producido perturbaciones y dolores. Pero yo a todo eso lo he transitado, como las otras 14 veces que estuve preso y otra secuestrado, sabiendo que era el precio de querer ayuda a alumbrar una nueva civilización, siempre doloroso, siempre un gólgota.Tengo la imagen de Cristo con cuatro mujeres y Juan ala lado de la Cruz, y creo que es normal que todo el que aspire a decir la verdad, predicar y practicar el Sermón de la Montaña, el código de Jesús o el de otros materialismos humanistas tiene que pasar por pruebas.

El regreso

Volví a la Argentina el 17 de marzo de 1984, pero previamente tuve que presentar un recurso ante el Poder Judicial, donde en primera instancia un juez no hizo lugar a mi petición de regreso y circulación libre por el país,a pesar que mi arresto a disposición del Poder Ejecutivo al cumplirse casi diez años desde el 9 de diciembre de 1974 podía ser considerado una pena, un castigo indefinido y sin sentido. El magistrado por informes del PEN, manejado por la dictadura militar, siguió considerándome una persona peligrosa, que mi ideología era subversiva y que era un apoyo para grupos violentos, por lo que denegó la posibilidad de mi retorno. Apelé a la cámara y antes del 30 de octubre votaron por unanimidad la autorización par volver a la Argentina. Es decir que tuve que luchar para poder ingresar de nuevo. No retorné sólo porque se recuperaba la democracia y el estado de derecho. Si no estuve antes es porque no me dejaban entrar. Muchas veces recurría a distintas instancias –como el Dr. Illía, Balbín, Alende; obispos y otras personalidades- que me hacían convencer de la imposibilidad de regresar. Y así como por la justicia me fui del país, por la justicia volví.

Los muertos nos gobiernan

La unidad de todas la fuerzas democráticas (políticas, sociales, culturales y religiosas) y las buenas relaciones internacionales hubieran acortado mucho el tiempo de la dictadura. Pero el gobierno militar tuvo la complicidad de sectores civiles, desató un terror muy grande, no hubo una posibilidad de una movilización inmediata ni siquiera en un mediano plazo, se dieron condiciones desastrosas para el campo popular... Esto me lleva a pensar que el propio gobierno constitucional en la etapa que va desde la muerte de Perón al 24 de marzo de 1976, fue uno de los responsables, aunque no el único, en debilitar la fuerza de respuesta del campo popular (la movilización de los sectores democráticos, juveniles, estudiantiles, sindicales, políticos, culturales, la censura a la prensa, la represión en todos los sectores). Dejó inerme a la sociedad argentina, lo que a su vez dificultó que pudiera recuperarse con mayor celeridad, posibilitando al mismo tiempo que la dictadura se extendiera por tanto tiempo y que el costo por retornar a la democracia haya sido tan alto. También que el terror sufrido siga como una herida todavía no cerrada. Esto me lleva a decir que estamos en un país que si formalmente gobiernan los vivos, realmente siguen mandando los muertos.

El problema de los muertos está latente todos los días en quienes han sufrido la peor de las represiones que se conocen en nuestra historia, en los millares de inocentes que han sido asesinados, presos torturados, desaparecidos; incluso, en quienes formando parte de otro sector de la sociedad argentina también recuerdan a los muertos en sus hogares. No quiero hacer una clasificación y dividir a los muertos, porque es un dolor de toda la familia argentina y los asumimos a todos. Todas las muertes nos duelen y siguen predominando en la noticia de todos los días. Se habla en el Parlamento, en la calle, en las misas, en los actos, en las marchas, en las reuniones del jueves en la Plaza de Mayo. Las muertes son los temas centrales de la Argentina de estos días.

Existen problemas gravísimos de una deuda externa impresionante y sus intereses; el tema de la inflación; el de los salarios, la baja del nivel de vida; la falta de tres millones de viviendas; el del raquítico ingreso de tres millones de jubilados; existe una análisis sobre las probabilidades que la Argentina pueda movilizar todas sus riquezas y tener un proyecto, un programa y una acción que le devuelva el bienestara los argentinos. Pero, por encima de estos males y necesidades, sean o no cortinas de humo, reaparece constantemente el tema de nuestros muertos argentinos. En un momento pueden ser los muertos en las Malvinas, sobre los que no se ha dado una respuesta cabal. En otro, los muertos y desaparecidos, sin contestación por parte de la justicia ni los distintos poderes que conforman a la Nación. Son problemas difíciles, son heridas profundas en el cuerpo social e histórico de la Argentina.

Estoy convencido que por más que sigamos hablando de esta democracia reiniciada, cuya defensa hacemos con todas nuestras fuerzas –porque hasta el último trozo de libertad que entre por una pequeña ventanita de una cárcel, hay que aprovechar para ensancharla y vigorizarla, y que prevalezca el estado de derecho sobre los golpistas-, sigo diciendo que en la Argentina mientras no se resuelva el problema de los muertos, los vivos van a seguir arrastrando su cadáver hasta la tumba.

Junto a las Madres de la Plaza, en los primeros tiempor de su regreso.
He caminado 60 países, visto distintos modelos de estado y sociedades, de partidos políticos y organizaciones sindicales, de centrales y agrupamientos intermedios, iglesias, grupos ecologistas, pacifistas, países de un continente y de otro y por todo eso llegué a la conclusión que la democracia formal está agotada en la Argentina.

El mensaje que traigo todos estos años, es el que me hacía frente al Mar Mediterráneo, en Argel, fundando la Liga de los Derechos de los Pueblos, con Lelio Baso, con Laura Allende, con Juan Bosch, y doce o catorce personalidades mundiales de distinto signo ideológico. Allí mismo, con 45 o 50 grados de calor, viendo a niñas y mujeres que todavía llevaban un velo en la cara, que no podían entrar a un restaurante porque había hombres, una civilización distinta y esos terrenos áridos y desiertos del Africa, cerraba los ojos y miraba a la Argentina, contemplaba sus 300 millones de hectáreas continentales y las 100 millones marítimas y las comparaba con Holanda, con Bélgica, con Africa, con otros lugares de Latinoamérica, como el norte de Brasil, en los campos primitivos del Perú y en Colombia, en Haití, en Santo Domingo; con pequeños países como Grecia o Portugal... y mirando esa enormidad que es la Argentina, como si llegara a ser una galaxia, pensaba cómo pede ser que esos millones de hectáreas y su proyección antártica no solucionen los problemas de 30 millones de personas. Cómo podía ser que en la Argentina 150 millones de hectáreas en condiciones de cultivo no facilitan todavía que coman bien y todos los días sus 30 millones de argentinos, mientras que China con sólo 120 millones de hectáreas le da de comer todos los días a mil millones de habitantes.

Si hay que decir la verdad, no ser político y perder votos, se debe manifestar que la mayoría de nuestra clase dirigente y partidocrática tienen el gran error, no de ser burocrática sino “burocrática”, inepta para darse cuenta del obsoletismo de nuestras estructuras productivas, de lo arcaico de nuestra manera de distribuir los bienes.

Este es un país de lujo en la humanidad, porque tiene una enorme riqueza geográfica, patrimonios de todos los tipos y al mismo tiempo una población muy pequeña. Al revés de otras naciones que pueden estar muy desarrolladas, pero tienen poblaciones grandes o necesidades importantes de aprovisionamiento de materias primas o semifacturadas. Este es el caso del Japón, sin hierro, sin petróleo, con 120 millones de habitantes y un Producto Bruto de un billón quinientos mil dólares, mientras que la Argentina que tiene todas esas energías y sobre todo la materia gris –que no se encuentra en muchas naciones del mundo- e incluso es superior a toda la riqueza que posee en materia prima. Los argentinos nos damos el lujo de exportar fósforo de inteligencia. Tenemos 500 mil universitarios, un millón y medio de estudiantes secundarios, cuatro millones y medio de alumnos primarios –lo que quiere decir que uno cada cuatro argentinos está estudiando, aún con deserción escolar-. Estos índices lo pueden mostrar muy pocos países. Tenemos más médicos por habitante que Alemania Federal, más teléfonos, radios y televisores que muchas naciones europeas.

Para mí es claro que los problemas argentinos no se solucionan por la ineptitud de su clase dirigente. Creo que hay sectores de ella que no tienen interés en que esa riqueza sirva a 30 millones de argentinos y a una parte de la humanidad que ve sin entender a 800 millones de personas con una hambruna fenomenal, 50 millones de niños mueren antes de los cinco años, por un lado y por otro, a un país como la Argentina que analizado con todo rigor y sin exageración, le puede dar de comer a mil millones de personas.

Yo siempre digo que el Imperio Romano por mucho menos que la Argentina cayó ante los bárbaros y que si nosotros seguimos 5-10-15 años de esta manera, nos podemos encontrar con que Latinoamérica tenga 300 o 400 millones de hambrientos –sobre una población de 650 a 700 millonesde habitantes- y ante nuestra Pampa Húmeda, no puede descartarse que nos galopen hasta el Río de la Plata o terminen en un protectorado –no sólo ya en una neocolonia y en país capitalista, periférico y dependiente-. El estado brasileño de Río Grande do Sul, en el año 2000, va a tener 40 millones de habitantes, mientras que la Argentina llegará a la misma fecha con 38 millones: un solo estado del Brasil, tendrá más población que nuestro país... Esas gentes que están sobre arenas calientes y terrenos rocosos, en zonas áridas se vana justificar ante la humanidad porque el derecho a la vida está por encima del derecho de propiedad. Por eso, si la Argentina no cambia a tiempo una democracia formal por una democracia real y participativa, con gestión directa de los trabajadores manuales e intelectuales, brindando un horizonte que asegure ocupación y educación a cinco millones de jóvenes y siete de trabajadores se le va a presentar el dilema “hamletiano” de ser o no ser. Porque o se llega al 200 con toda esa potencialidad desarrollada, introduciendo la ética también en los medios de producción social y en la distribución de los bienes, o de lo contrario de encontrará que millones de hambrientos proclamarán que primero está la vida y después la frontera.

En mi análisis de la cronología histórica humana, he visto que cada cien años cambian las fronteras de los estados. No deseo que esas líneasse corran para la expansión, pero tampoco se achiquen para la Argentina. Sí creo que los argentinos deberíamos hacernos una advertencia a nosotros mismos: hay que ser más serios , rigurosos y responsables en el análisis de la democracia que hemos recuperado, a la que hay que fortalecer inmediatamente desde la óptica institucional y de la movilización que puedahacerse en las calles por la libertad y por el estado de derecho, sino que se debe tratar que la participación de los trabajadores sea tan importante como para que la riqueza y el bienestar que ellos generan ayude a que la Argentina vea también su deber con Latinoamérica de construir la Patria Grande, de salir del estado-nación para forjar un estado-continente, en una época en que una nación que tenga menos de dos océanos ya no tiene voz ni voto en el mundo actual.

Mes de abril de 1984
Fuente: cgtdelosargentinos.org


Obra de Carpani pidiendo la libertad del compañero Raimundo