LOS OBREROS Y YO
Mi trabajo con los obreros es de una técnica muy simple, aunque a veces los problemas que me presentan suelen ser complicados, y de difícil solución.
Ya he dicho que, sin embargo, me siento cómoda entre ellos y que siempre terminamos por entendernos.
A veces, la gente me pregunta qué soy yo para los obreros de mi país. Yo prefiero explicar primero qué son los obreros para mí.
Para mí los hombres y las mujeres de trabajo son siempre, y ante todo, descamisados.
Y ¿qué son, para mí, los descamisados? No puedo hablar de ellos sin que vengan a mi memoria los días de mi soledad en octubre de 1945.
Definir lo que es un descamisado sin volver a aquellos días es imposible, como tal vez no pueda explicarse lo que es la luz sin pensar en el sol.
Descamisados fueron todos los que estuvieron en la Plaza de Mayo el 17 de Octubre de 1945; los que cruzaron a nado el Riachuelo viniendo de Avellaneda, de la Boca y de la Provincia de Buenos Aires, los que en columnas alegres pero dispuestos a todo, incluso morir, desfilaron aquel día inolvidable por la Avenida de Mayo y por las diagonales que conducen a la Casa de Gobierno; hicieron callar a la oligarquía y a aquél que dijo "yo no soy Perón"; los que todo el día reclamaron a gritos la presencia del Líder ausente y prisionero; los que encendieron hogueras con los diarios de la prensa que se había vendido a un embajador extranjero por treinta dineros ¡o tal vez menos!
¡Todos los que estuvieron aquella noche en la Plaza de Mayo son descamisados!
Aun si hubo allí alguien que no lo fuese, materialmente hablando, un descamisado, ése se ganó el título por haber sentido y sufrido aquella noche con todos los auténticos descamisados; y para mí, ése fue y será siempre un descamisado auténtico.
Y son descamisados todos los que entonces, de estar aquí, hubiesen ido a la Plaza de Mayo; y todos los que ahora o mañana harían lo mismo que hicieron los primeros descamisados de aquel primer 17 de Octubre.
Para mí por eso descamisado es el que se siente pueblo. Lo importante es eso; que se sienta pueblo y ame y sufra y goce como pueblo, aunque no vista como pueblo, que esto es lo accidental.
Un oligarca venido a menos podrá ser materialmente descamisado pero no será descamisado auténtico.
Aquí también me declaro enemiga de las formas según lo establece la doctrina peronista.
Para mí, los obreros son por eso, en primer lugar, descamisados: ellos estuvieron todos en la Plaza de Mayo aquella noche. Muchos estuvieron materialmente; todos estuvieron espiritualmente presentes.
No todos los descamisados son obreros, pero, para mí, todo obrero es un descamisado; y yo no olvidaré jamás que a cada descamisado le debo un poco de la vida de Perón.
En segundo lugar, ellos son parte integrante del pueblo; de ese pueblo cuya causa ganó mi corazón desde hace muchos años.
Y en tercer lugar, son las fuerzas poderosas que sostienen el andamiaje sobre cuyo esqueleto se levanta el edificio mismo de la Revolución.
El Movimiento Peronista no podría definirse sin ellos.
El General Perón ha dicho que no sería posible el Justicialismo sin el sindicalismo. Y eso es verdad, primero, porque lo ha dicho el General Perón y segundo, porque efectivamente es verdad.
En la realidad de mi país el sindicalismo es actualmente la fuerza organizada más poderosa que apoya el movimiento Peronista.
Más de 4 amillones de obreros agrupa solamente la Confederación General del Trabajo, que es la Central Obrera, y todos unidos se han definido a favor de la Doctrina Justicialista de Perón.
Por eso cada obrero es además para mí un peronista auténtico: el mejor de todos los peronistas, porque además es pueblo y además es descamisado.
Todo eso son para mí los obreros que llegan a mi despacho con sus esperanzas, con sus ilusiones y con sus problemas.
Cuando me encuentro con ellos ¿qué voy a ser entonces sino una compañera o una amiga? ; una compañera cuya gratitud infinita no puede expresarse sino de una sola manera: ¡con absoluta y profunda lealtad!
Y ellos lo saben bien; saben que yo no soy el Estado, ni mucho menos el patrón.
Por eso suelen decir: -Evita es vasca, pero es leal.
Saben que yo no tengo sino un precio que es el amor de mi pueblo. Por el amor de mi pueblo -¡y ellos son pueblo!- yo vendería todo cuanto tengo y creo que incluso daría mi vida.
Saben que cuando yo les aconsejo "aflojar" lo hago por el bien de ellos, lo mismo que cuando los incito a la lucha.
A medida que avanza el tiempo en nuestro movimiento común esa confianza se va consolidando pues todos los días les doy pruebas de mi lealtad. Y en ellos cada vez es mayor la confianza que me tienen, a tal punto que suelen esperar de mí incluso cuando todo está perdido.
Muchas veces sucede que un problema gremial mal conducido, o por dificultades económicas insolubles, no puede tener solución adecuada, satisfactoria para los obreros. Entonces es cuando mi trabajo, de simple y sencillo, se vuelve difícil. Entonces es cuando más empeño en buscar la solución y mi más grande alegría es encontrarla y ofrecerla a los obreros.
¿Acaso ellos no encontraron la solución de un problema que estaba perdido cuando reconquistaron a Perón para ellos y para mí, el 17 de octubre de 1945?
Y cuando de mis recursos no queda ya ninguno, entonces acudimos al supremo recurso que es la plenipotencia de Perón, en cuyas manos toda esperanza se convierte en realidad aunque sea una esperanza ya desesperada.