En los últimos meses se ha intensificado el debate en torno al sindicalismo y sus formas institucionales. Este debate es la resultante de la proliferación de resistencias y luchas de trabajadores en los establecimientos empresarios. La trama de las resistencias es heterogénea en idearios y homogénea en fragilidad. Muchas de estas experiencias son desbaratadas en pocos meses cuando no sólo en días. Siempre como consecuencia del accionar de grandes empresas; otras sumando la omisión y hasta la participación de los sindicatos. Por eso los delegados de base suelen ser figuras de la doble confrontación: hacia la empresa y el sindicato.
La temporalidad contemporánea, como tantas otras veces en las periferias latinoamericanas, es de urgencia. La discusión del modelo sindical por supuesto no es una nimiedad ni tampoco una cuestión interna como tanto se escucha en estos tiempos. El sindicalismo es, como dijera Sartre, una manera de ser hombre. La necesidad de afirmar que somos hombres y mujeres frente a quienes nos tratan como cosas o recursos. Por eso objetivamente el sindicalismo es político. Y entonces es también un modo del colectivo, un hacer cotidiano del lazo social entre trabajadores. Discutir el sindicalismo es discutir nada más y nada menos que esto: formas de vivir y sentir, de demarcar lo tolerable e intolerable en cada momento, de la cólera y la sublevación, de la indignación y su transformación en dignidad.
El sindicalismo sin cólera, adaptativo, plagado de “es la realidad”, “para avanzar hay que saber retroceder”, que insiste en una unidad hecha con una proliferación de exclusiones porque todo le queda afuera: ideologías y también millones de trabajadores (desocupados, informales, en negro, fuera de convenio, tercerizados, etc.), es la negación de sí mismo, de su origen y razón histórica. Y es este sentido así de simple y de esencial el que se discute en estos tiempos.
Las alternativas deben pensarse situadas y definiendo lo existente. La CGT no contiene sindicatos idénticos. Hay diferencias y singularidades y esto sin perder de vista que también existen denominadores comunes. Por ejemplo el de confesión de partes: la auto-defensa unánime y cerrada del “modelo CGT”.
En los últimos años he investigado las relaciones laborales en grandes empresas con trabajadores encuadrados en las estructuras sindicales de empleados de comercio. Las mismas representan casi a un cuarto del total de trabajadores convencionados del país. En lo que sigue una apretada síntesis de sus principales rasgos. (**)
¿Cómo hace sindicato en las empresas el sindicalismo de comercio? Durante muchos años la forma más significativa fue la ausencia de representación en los establecimientos; también la sub-representación, es decir la existencia de menos delegados elegidos que los habilitados por la normativa en vigencia. Una tercera forma es la de representantes ausentes, la elección de delegados cuya presencia en la sucursal es muy escasa, intensificando tanto el extrañamiento del trabajador respecto de lo sindical como el descrédito y la sospecha sobre el sindicalismo. Una cuarta forma es de retirada de la representación. Así como en términos generales la CGT había renunciado a la representación de vastos sectores del mundo laboral (desocupados, informales, en negro…) mientras tantos dirigentes sostenían que se trataba de un problema de extranjería porque “primero hay que estar bien en casa”; muchos sindicatos también perdían representación al interior de los establecimientos como consecuencia de diversas estrategias empresariales: proliferación de categorías “fuera de convenio”, uso indiscriminado de la figura de trabajador eventual y tercerización de actividades (entre otras). En estos casos, frente al desgajamiento de trabajadores potencialmente representables por el sindicato, no quedaron huellas de fricción. Más bien la retracción sindical se asemeja a la retirada de “Casa Tomada”, el cuento de Cortazar.
En quinto lugar quisiera aludir a una forma de presencia confinada de los delegados en los establecimientos. Lo que puede ser constatado a partir de las sucesivas reformas de los estatutos, que sustancian ordenamientos específicos de la vida interna de los sindicatos. Las reformas han ido recortando las competencias de los órganos de base, retirando prerrogativas a la “asamblea de delegados”, figura que perdió facultades resolutivas y hasta deliberativas. Actualmente su convocatoria no está sujeta a periodicidad alguna y se encuentra supeditada a la decisión de la comisión directiva.
Un sexto elemento que refuerza el modo verticalizado de este sindicalismo surge del funcionamiento efectivo de relaciones entre bases y cúpula sindical. Si se analiza la estructura de la comisión directiva de cualquier sindicato se constata diferenciación funcional creciente dada la proliferación de secretarías tales como: legales, mujer, turismo, gremial, organización, juventud, seguridad e higiene, etc. A primera vista el organigrama nos permite imaginar una cúpula sindical fragmentada por la diferenciación funcional. Sin embargo esta suele quedar desmentida por otra diferenciación que erige un único interlocutor para cada cuerpo de delegados de empresa. Ese interlocutor es quien resuelve con competencia exclusiva todo lo atinente a tal o cual empresa, a quien los delegados denominan “el jefe”.
El recorte de institucionalidad desde abajo y la concentración de autoridad desde arriba potencian la dinámica vertical de este sindicato que dinamiza un tipo de relación radial entre delegado y sindicato.
Un séptimo elemento es el que podemos llamar representación de gestoría siguiendo la clasificación de Svampa y Martucceli sobre los sindicatos de servicios. El repliegue sindical tampoco se detiene en los trabajadores estables, contratados por la empresa en cuestión, en puestos no jerárquicos, ya que la función específica del delegado-gestor activa, en el lugar de trabajo, la representación de los afiliados, aún más estrecha, por cierto, que la de los convencionados. El lugar de lo sindical en la empresa es el de una ventanilla de atención al afiliado: anteojos, remedios, piletas, clubes, pañales, leche… Aquí al contrario de los repliegues y ausencias referidas, encontramos un conjunto de delegados, con presencia activa en las sucursales y alto nivel de compromiso con la provisión de estos servicios, a quienes los delegados en doble confrontación llaman, despectivamente, “delegados saca-turno”.
La otra figura de delegado que también tiene presencia activa es la del delegado co-gestor quien mimetiza práctica sindical con práctica empresaria: adopta el punto de vista empresario, su jerga, sus objetivos, incorpora sus reglas, co-gestiona las decisiones empresarias. Redundan en sus relatos palabras tales como “diálogo”, “globalización”, “eficiencia”, etc. En ciertos casos estos delegados sólo ejercitan sus antiguos roles jerárquicos en esa misma empresa, incluso en el mismo establecimiento.
Un octavo elemento remite directamente al núcleo de ideas de este sindicalismo negado: el de una comunidad de intereses entre capital y trabajo basada en los beneficios del derrame. Sólo para ilustrar bastan las declaraciones de Armando Cavalieri: “... hay que sincerar algunos temas, no hay que hacer progresismo zonzo, sino que hay que hacer progresismo realista. Y hay que tener en cuenta lo que dice Lula, cuando viene acá: ‘no le tengan miedo a las multinacionales, miren que son gente que invierte’. Y este caso, los supermercados son en mi sector gente que invierte. No vino a timbear, vino a dejar dinero, porque poner, levantar paredes, tomar gente [...] no les pagarán dos mil pesos pero sí 700-750, pero tienen trabajo todos. Este es el mercado laboral que hay [...] Yo creo que hay que privilegiar la inversión y hay que tener un buen diálogo y también una seguridad jurídica muy importante”[1].
En los últimos años se produce una actualización macartista. La etiqueta preferida es la de piquetero. “Ahora no te dicen más subversivo, ahora te llaman piquetero”, cuentan los delegados indeseados. Se trata de un macartismo esparcido. Algunos creen que se restringe a la dirigencia y sin embargo un cúmulo de entrevistas con delegados de establecimiento me permite sostener que el sindicalismo de comercio ha socializado con intensidad estos valores, permeando la práctica sindical cotidiana. Un consignismo repetido del estilo “el che Guevara se murió hace mucho”, “hay que dialogar y acompañar a las empresas”, “tenemos que recuperar el legado de Rucci”, se intercala con un rechazo demoledor a cualquier trabajador que se organice y reclame. La alteridad está encarnada en cualquiera de las figuras del subalterno organizado y el objetivo es sacarlo del medio. Las definiciones destilan expulsión. De hecho, en estos últimos tres años, el aumento de conflictividad en los lugares de trabajo los ha llevado a rectificar sus múltiples formas de ausencia en los establecimientos porque su vacancia acrecentó los “conflictivos”.
Por último, las declaraciones públicas de Pedro Machado[2] (Secretario General del SECLA) permiten confirmar lo dicho y visibilizar una última característica: “este sindicato convoca a los militantes a una marcha, y no vienen. Cuando nosotros convocamos a una movida en Vital, ellos no van. Hacemos una jornada de trabajo en el predio que tenemos en Crucecita para cortar el pasto o arreglar, y ellos dicen que a ellos no los eligieron para cortar el pasto y pintar. Después, vienen y piden dos veces por mes el salón del sindicato para comer asado con sus compañeros y hablan mal del sindicato. Yo puedo tener la cara, pero boludo no soy. Entonces, es muy claro: hasta ahora lo han negado. En cuanto tenga las pruebas, propongo una asamblea de delegados y solicito la expulsión … Todo aquel que atente contra la unidad del sindicato, de acuerdo a los estatutos, propende a la disociación entre sus miembros. Si yo lo corroboro los expulso del sindicato como afiliados”.
En forma esporádica estas estructuras sindicales injertan un rato de conflicto controlado en un establecimiento. Una escenificación necesaria para la preservación que sucede sin convocar a trabajadores ni tampoco siquiera informarlos. Para ello se nutre de este funcionamiento de un grupo de delegados así encuadrados, así socializados, como fuerza interna que abastece tanto las “movidas” como el “cortado del césped”. Un modo de impermeabilizar la politización del colectivo de trabajo.
Sin embargo, el modelo del sindicalismo de comercio tampoco es infalible, mucho menos hermético. Coexiste hoy con experiencias resistentes pero fragilizadas por las características que repasamos y por los contemporáneos dispositivos de control empresarios. Experiencias que disputan autonomía y política bajo la amenaza diaria de expulsión. Por eso la urgencia.
(**) Me referiré al SEC (Ciudad de Buenos Aires) y al SECLA (Lanús y Avellaneda).
[1] Declaraciones de A. Cavalieri en el Programa televisivo “Desde el llano” emitido en el canal de cable Todo Noticias el 20 de octubre de 2003.
[2] Entrevista realizada a P. O. Machado por ANSUD, 28 de julio de 2008.